martes, 7 de agosto de 2007

Hasekura Tsunenaga. Un samurái en la Corte de Felipe III

Hasekura Tsunenaga. Un samurái en la Corte de Felipe III
Por Francisco Arroyo Martín

El 28 de octubre de 1613 partió de Sendai hacía España una embajada japonesa enviada por Date Masamune [en japonés: 伊達 政宗] (1567—1636), señor feudal de la provincia de Ōshū [奥州], al noroeste de Japón [en la documentación española suele aparecer escrito de diferentes formas: Boju, Boxu, Voxu, Vojuí,... actualmente la provincia se conoce más por el nombre de Mutsu (陸奥国)]. La embajada estaba encabezada por el samurái Hasekura Tsunenaga Rokuyemon [支倉六右衛門常長] (1571—1622), capitán de la guardia personal de Date Masamune y veterano de las guerras de Corea, y contaba con el aliento de un fraile sevillano, el franciscano fray Luis Sotelo (1574—1624) que llevaba en Japón desde 1602, adonde llegó proveniente de Manila. La comitiva la formaban cerca de 200 personas, de los cuales unos cincuenta eran españoles: los frailes franciscanos que tutelaban la embajada y el resto de un naufragio de una nave española de 1611; la expedición se completaba con los diplomáticos japoneses, y las tropas y personal de su servicio, junto con un buen número de comerciantes.

La primera parte del viaje se hizo en un navío japonés de 500 toneladas de nombre “San Juan Bautista” en español, y “Date Maru” en japonés, fabricado al modelo de los galeones europeos bajo la dirección del navegante y explorador Sebastián Vizcaíno (1548—1624), que había llegado a Japón en 1611, y del inglés Guillermo Adams que estaba al servicio del ministerio de guerra del sogún Tokugawa Hidetada [徳川秀忠] (1579—1632; sogún entre 1605—1623). Actualmente existe una réplica de este barco en la ciudad de Ishinomaki, puerto desde el cual zarpó la nave.

Pero antes de contaros las peripecias del viaje y la estancia en Europa de este grupo de japoneses, conviene saber que objetivos buscaba esta misión diplomática. En primer lugar hay que señalar que la presencia de misioneros cristianos en las islas del Japón se remonta, al menos, al 15 de agosto de 1549 cuando desembarcó en Kagoshima el jesuita San Francisco Javier [monje navarro que se convertiría en la mano derecha de San Ignacio de Loyola. Fundador de la Compañía de Jesús]. Años más tarde, en 1582, los jesuitas habían conseguido un buen número de conversos al catolicismo [se habla de 150.000], lo que les permitió organizar una expedición a Roma y conseguir del Papa un obispado para la isla, cátedra que desde entonces sería ocupada por un jesuita hasta la expulsión de los religiosos extranjeros que se produjo en el siglo siguiente. En esta tesitura, el resto de las órdenes misioneras, y en particular los franciscanos, se quedaron en una situación de dependencia y subordinación respecto a los jesuitas; algo que evidentemente no gustaba.

Por otro lado, Japón había incrementado notablemente sus relaciones comerciales con los asentamientos españoles y portugueses del Pacífico, tanto en los continentales de la India como en los de los archipiélagos de Molucas y Filipinas, especialmente; los cuales desde la unificación de las dos Coronas en Felipe II en el año de 1580, dependían todas [al menos teóricamente, luego su funcionamiento era muy independiente] del Consejo de Indias (en Madrid) y de la Casa de Contratación (en Sevilla), que eran los órganos que autorizaban los permiso y franquicias de contratación. Lo que pretendía los japoneses era establecer relaciones diplomáticas con el Rey de España y establecer los acuerdos necesarios para poder negociar y comerciar directamente con América y Europa a través de los puertos del Pacífico de Nueva España (México); y lo que pretendían los franciscanos (aparte de participar en esta nueva red comercial) era la división del Japón en dos obispados y ocupar ellos al menos el del norte. Para lograrlo partieron a Madrid y Roma, las dos ciudades europeas más importantes del momento.

Viajes similares se habían intentado ya en 1610, donde la expedición la encabezaba el franciscano fray Alonso Muñoz, y dos años después por el mismo fray Luis Sotelo; en ambos casos la expedición fracasó. Lo cierto es que la situación de los cristianos en Japón empeoró notablemente a partir de 1613, llegándose a prohibir el culto en muchos territorios, si bien en el caso de Date Masamune no sólo continuó autorizando la difusión y extensión del catolicismo, sino que persiguió las prácticas de otras religiones, especialmente a los budistas y sintoístas.

Bien, pero sigamos con el viaje de Hasekura Tsunenaga, quien avista el continente americano, siguiendo la ruta tradicional del galeón de Manila, en el cabo de Mendocino, península de California, y siguiendo la costa, el 25 de enero de 1614, llega a Acapulco, principal puerto pacífico de Nueva España; tres meses después de su partida de Japón. Tras penetrar en la amplísima bahía de esta ciudad y obtener las autorizaciones pertinentes se produce el desembarco y la embajada japonesa fue recibida con gran ceremonial por los representantes del virrey de Nueva España, don Diego Fernández de Córdoba (1578—1630), marqués de Guadalcázar. De todas formas hubo que esperar un tiempo en esta ciudad para preparar el viaje a México, el séquito se hospedó en el convento franciscano del lugar. No faltaron en este tiempo de espera enfrentamientos entre miembros japoneses y españoles de la expedición; de especial relevancia fue el mantuvo el capitán de la guardia personal de Hasekura, un tal Tomé o Tomás [por el nombre algunos han querido ver que fuera hijo de algún español, pero lo más normal es que adoptara este nombre tras bautizarse] y Sebastián Vizcaíno. Se utilizaron los aceros y del duelo salió gravemente herido el arrogante marino español. Ante este hecho las autoridades españolas establecieron varias normas el 4 de marzo, encaminadas a garantizar la seguridad, el comercio y el libre movimiento de los japoneses, que no podían ser molestados por nadie so pena de graves castigos, y por contra se limitaba el uso de armas al propio Hasekura y a media docena de escogidos samuráis.

Por fin, partió el séquito de Acapulco y llegó a la ciudad de México el 25 de marzo. En esta ciudad fueron recibidos con la mayor pompa y boato por el propio virrey, el arzobispo de México, Juan Pérez de la Serna (1573—1631), y el provincial de la orden franciscana. A todos ellos se les entregaron las cartas y credenciales de Date Masamune, daimio de Sendai, el cual les manifestaba su gran interés en que sus representantes viajaran a España y a Roma para llevar mensajes de paz al rey de España y establecer relaciones diplomáticas y comerciales en Nueva España, y para pedir al Papa que envíe misioneros católicos y un alto delegado papal [un obispo más, vamos] para evangelizar todo el Japón. Durante la estancia en México, en las celebraciones religiosas en torno a la Semana Santa, se produjeron varios bautizos colectivos: así el día 9 de abril se bautizaron 20 japoneses, y otros 22 el día 20; y tres días más tarde recibieron la confirmación de manos del arzobispo nada menos que 63 nipones. Hasekura no quiso tomar estos días el bautismo, ya que prefirió reservarse y recibirlo en Europa, en Roma o en Madrid, donde efectivamente lo hará, como veremos.

De todas formas, y a pesar de estas muestras de fervor religioso, en Japón pintaban bastos para los cristianos, ya que, el primero de febrero del 1614, el sogún Tokugawa Hidetada [el sogún era el gobernador militar del imperio japonés, y de hecho quien ostentaba el poder político al que se sometían los daimios, que eran los señores feudales de las distintas provincias; el emperador carecía de poder efectivo en el territorio y se había convertido en una figura simbólica y de carácter casi ceremonial] había decretado la prohibición de la práctica del cristianismo y la expulsión de los misioneros extranjeros. Al menos, Date Masamune, que, recordemos, era el daimio de Hasekura, esperó hasta el regreso de la embajada diplomática a Europa para aplicar en Ōshū la dura ley del sogún. Pero esto todavía se desconocía en México.

En el momento de partir de la capital de Nueva España, la comitiva se dividió: los españoles se quedaron en Nueva España, excepto los frailes que siguieron con Hasekura; y de los japoneses, una treintena continuaron el viaje hacía Europa, algunos, pocos, se quedaron en Nueva España a esperar la vuelta de Hasekura, y el resto volvió a Acapulco para regresar, de nuevo en el “San Juan Bautista”, a Japón. Después, la reducida comitiva encaminó sus pasos por el camino real al puerto atlántico de Veracruz, donde el 10 de junio, a bordo del galeón “San José”, comienzan la travesía del Golfo de México con dirección a La Habana. La intención era coger en la capital de la actual Cuba un barco de los que integraban la Flota de Indias.

Era La Habana el puerto del caribe donde la Flota de Nueva España [puerto de referencia Veracruz, actual México] se unía a los Galeones de Tierra Firme [puerto de referencia el de Cartagena, actual Colombia, y Portobelo en Panamá] para iniciar el viaje anual de regreso a España. Poco a poco fueron llegando los barcos cargueros y se fueron aprestando los buques de guerra de la Armada de Barlovento que escoltarían a la flota hasta el final del canal de Bahama, cerca de las Bermudas. Por fin, el 3 de agosto, a bordo del galeón “San Juan de Lúa”, la embajada inicia la travesía del Atlántico en la flota que comandaba el almirante don Antonio Oquendo. La presencia de la comitiva japonesa se recuerda hoy en La Habana con una estatua de bronce, erigida el 26 de abril de 2001, en honor de Hasekura Tsunenaga.

El viaje por el atlántico continuó sin contratiempos graves si exceptuamos alguna tormenta más que seria y la incertidumbre de que se produjera algún ataque corsario a alguna nave retrasada; que no se disipó hasta que en las Azores se vislumbraron las naves de la Armada del Océano, que escoltarían a la Flota hasta su llegada a la bahía de Cádiz. Una vez que se avistaron las costas andaluzas, se mandó aviso a la ciudad de Sevilla de la llegada de la embajada el 30 de septiembre y de las intenciones de la misma. La ciudad empezó desde ese momento a preparar el recibimiento que merecía tan excelsa visita.

Así, tras dos meses de navegación, el 5 de octubre, la flota llegó a la desembocadura del Guadalquivir y arribó a la barra de Sanlúcar de Barrameda. Debido al gran calado de algunos buques, lo que les impedía navegar río arriba hasta Sevilla, hubo que hacer el traspaso del cargamento de estas naves a las barcazas y gabarras fluviales, momento que también se aprovechaba para escamotear a la Hacienda Real un buen número de mercancías y efectos. Pero para los japoneses era acumular un retraso más a su dilatado viaje, del que pronto se cumpliría un año del día de la partida de Japón. Inmediatamente se enviaron las pertinentes cartas de presentación al ayuntamiento de Sevilla y a Madrid, a Felipe III (1578—1621), anunciando su llegada y las intenciones de su viaje.

Una vez que arribó la embajada de japonesa, acudió a presentar los honores pertinentes Alonso Pérez de Guzmán el Bueno, VII duque de Medina Sidonia (1550—1615), que era el señor de la villa de Sanlúcar de Barrameda y además era el capitán general del Mar Océano y de las costas de Andalucía y el representante de la principal familia andaluza. Hasekura y los principales miembros de la expedición fueron hospedados en la residencia ducal, donde fueron atendidos con la típica suntuosidad y pompa del magnate andaluz.

La ciudad de Sevilla encargó a unos de sus regidores, al veinticuatro Diego Caballero de Cabrera, que además era hermano de fray Luis Sotelo, que atendiera a los viajeros y que hiciera los preparativos necesarios para su entrada en Sevilla. El duque, a instancias del ayuntamiento sevillano, aparejó dos galeras para conducir a la comitiva a Coria del Río, donde tendrán que esperar hasta el día que sean recibidos en la ciudad. En esta localidad fueron hospedados, siempre a cargo de la ciudad de Sevilla, por Pedro Galindo, que atendió con esmero y cuidado a sus huéspedes. Incluso, la capital andaluza, envió una representación, formada por el citado Diego de Cabrera, Bartolomé López de Mesa, Bernardo de Ribera, y el propio Pedro Galindo, junto con un buen número de jurados y caballeros que los acompañaban, para que dieran la bienvenida al embajador y le felicitaran por su feliz viaje. Algo que satisfizo mucho a Hasekura y le hizo albergar esperanzas de éxito en su misión.

Por fin, el 21 de octubre [no coinciden en este dato los cronistas y algunos dan la fecha del 23] tiene lugar la fastuosa recepción en la ciudad de Sevilla. Hasekura partió de Coria del Río con su séquito, formado por el religioso sevillano y una guardia personal compuesta por los samuráis y una decena de soldados, todos elegantemente vestidos al modo japonés y, para dejar clara su intención, todos portaban rosarios al cuello; también iban con ellos los veinticuatro sevillanos Bartolomé López de Mesa y Pedro Galindo. Desde su salida de Coria la comitiva fue aumentando de número con infinidad de curiosos que no querían perderse la ocasión de ver de cerca tan singulares personajes. Pero esto no fue nada en comparación con la multitud que se agolpaba entorno al puente y a la puerta de Triana; toda la ciudad, desde el camino o desde las barcas en el río, querían conocer a tan ilustres y sorprendentes visitantes.

Cruzaron el puente de barcas de Triana numerosas carrozas y cabalgaduras y un sinfín de gente de todo tipo; tan grande fue el número que en algunos momentos se puso en peligro la propia integridad de la comitiva a pesar de los denodados esfuerzos de los alguaciles y justicias que intentaba poner un mínimo de orden en la procesión. [Quien conozca esta ciudad en Semana Santa podrá imaginárselo sin esfuerzo]. En la puerta de Triana les esperaban toda la nobleza de la ciudad y los miembros del ayuntamiento sevillano encabezados por el corregidor y asistente de Felipe III en la ciudad, Diego Sarmiento de Sotomayor (¿?—1618), primer conde de Salvatierra, que en nombre del rey y de la ciudad dio la bienvenida a el embajador, quien se apeó de la carroza y recibió y proporcionó las oportunas cortesías; mostrando en todo momento el sumo placer y honor que recibía de tan grandioso recibimiento. Después, Hasekura montó a caballo y se colocó junto al conde de Salvatierra, quienes, flanqueados por los alguaciles mayores de la ciudad y por el capitán de la guardia japonesa, condujeron la cabalgata por la ciudad hasta las puertas de Alcázar Real, donde se hospedaría el embajador a costa de la ciudad. Durante todo el trayecto estuvieron acompañados por millares de sevillanos que los saludaban alborozados a su paso. A su llegada a la residencia real sevillana fueron recibidos por Juan Gallardo de Céspedes, su alcaide. Así terminó esta jornada. Durante los días siguientes, Hasekura, como cualquier turista de hoy en día [pero sin cámara de fotos], recorrió la ciudad, visitó la catedral y, como no, subió a la Giralda para disfrutar desde lo alto de la magnífica visión de Sevilla y del Betis.

El día 27 de octubre tuvo lugar la recepción oficial de la embajada por el ayuntamiento sevillano. Sentado junto al conde de Salvatierra, Hasekura expuso los motivos y razones de su embajada en japonés que el padre fray Luis Sotelo interpretó en castellano, y que no eran otros que extender la fe en Cristo por todo el Japón y alcanzar un tratado de amistad y comercio con España; después entregó una carta de Date Masamune, que también tradujo el fraile franciscano, en la que se exponía su pretensión de ponerse bajo la autoridad del papa y de comenzar un periodo de amistad fraternal con el rey de España; seguidamente, fray Luis Sotelo hizo una relación de las incidencias del viaje, de la situación del cristianismo en Japón y una petición de ayuda económica para continuar su labor. Acto seguido respondió el conde de Salvatierra, diciendo que la ciudad de Sevilla ayudaría en todo lo que pueda al éxito de la misión y que él, en calidad de asistente real, transmitiría fiel y puntualmente todo el contenido de la embajada a Felipe III. Por último, entró en la sala capitular del ayuntamiento de Sevilla el capitán de la guardia de Hasekura para hacer entrega de la carta original de Date Masamune y de un daishō [大小], conjunto de las dos espadas tradicionales japonesas: la katana [] y la wakizashi [脇差]. [En los archivos sevillanos se conserva la carta original, pero las espadas desaparecieron tras los tumultos de 1868]. Después, como se trataba de una sesión ordinaria, la embajada abandono la sala y el cabildo continuó su sesión.

Los japoneses prolongarán su estancia en Sevilla durante un mes más, y en este tiempo el Alcázar sevillano recibirán innumerables visitas de cualquiera que fuera algo en Sevilla: nobles, jueces, cargos públicos,... y en particular sentirán el calor y el cariño de los sevillanos que, como veremos, dejará profunda huella en muchos de ellos. Hasekura, por su parte, realizó numerosas visitas a la catedral y al convento franciscano de la ciudad. También serán abundantes los actos festivos que se harán en su honor y homenaje: comedias, bailes, saraos,... Existe una relación de gastos del Libro de Cuentas, según la cual, el ayuntamiento de Sevilla se gastó más de 2.600 ducados en la estancia de la embajada japonesa [al cambio actual del precio del oro unos 142.000 €, mas de 23.000.000 millones de ptas.].

El 25 de noviembre la embajada abandona la ciudad hispalense con dirección a la capital de la monarquía hispana. La comitiva la componen unas cuarenta personas, dos carros, dos literas y cerca de cincuenta animales de carga. La ciudad de Sevilla, atenta hasta el último momento, designa a Gonzalo de Guzmán, junto con personal de servicio, para que acompañe y asista a la embajada hasta su llegada a Madrid.

Ciudad a la que llegarán el 20 de diciembre, tras un viaje en el cual la comitiva fue objeto de atención por todos los lugares por donde pasaron, destacando la parada de varios días en Córdoba y el recibimiento por el arzobispo de Toledo en la catedral primada. No fue tan espectacular el recibimiento en la Corte como lo había sido en Sevilla, seguramente, además de la información qua había trasmitido el conde de Salvatierra, también se tendrían noticias de la nueva situación en Japón y de las persecuciones que se habían iniciado contra los cristianos tras el decreto del sogún de febrero de 1614. Siempre se trató a la embajada como una delegación de un principado menor, en ningún momento se la consideró como la representación oficial del emperador o del sogún; en consecuencia el protocolo se ajustó a este rango.

Además, los agentes de los comerciantes de Nueva España y Filipinas debían mirar con recelo las intenciones comerciales de los japoneses, y a buen seguro que no tardaron de mover sus influencias en la Casa de Contratación y en el Consejo de Indias para que se mantuviera el estado actual en las relaciones comerciales con Japón. Estos dos órganos siempre se manifestaron contrarios a esta nueva alianza con los japoneses que podría poner en peligro la exclusividad comercial de los asentistas de Manila y Acapulco. Tampoco convine olvidar la creciente pujanza de los jesuitas en la Corte madrileña, que se habían hecho con el influyente Colegio Imperial y estaban fabricando su nueva y magnífica sede en la calle de San Bernardo; quienes a buen seguro no dejaron de medrar para que la misión acabará en fracaso y poder mantener el monopolio evangelizador en Japón. Así, el alojamiento de la embajada no fue en ningún palacio o residencia real ni en ninguna morada de los miembros de la nobleza cortesana, ni tan siquiera fue en alguno de propiedad municipal, sino en el convento de San Francisco de la localidad.

Más de un mes, hasta el 30 de enero de 1615, hubieron de esperar Hasekura y Luis Sotelo para ser recibido por Felipe III. En la audiencia real se reiteró la exposición de Hasekura sobre los deseos de su señor, el daimio Date Masamune, de mantener relaciones diplomáticas y establecer alianzas con España y que se cristianice todo el Japón; si bien en esta ocasión se hizo mucho más hincapié en la vertiente política y económica de la embajada; acto seguido se le hizo entrega a Felipe III de una carta original de Date Masamune [de la que se desconoce su actual paradero] fechada el año 13 a cuatro días de la novena luna, que se correspondía con el 6 de octubre de 1613, unos días antes de que partiera la embajada, como hemos visto. Luis Sotelo volvió a ser el intérprete de Hasekura e hizo un alegato ante el rey en defensa del acuerdo, ya que permitiría acercar posiciones con el sogún Tokugawa Hidetada para neutralizar la influencia holandesa e inglesa en Japón.

Hasekura estará alrededor de ocho meses en Madrid, por un lado preparando el viaje a Roma y por otro intensificando los contactos con las principales personalidades de la Corte al objeto de llevar a buen puerto su misión. Varias veces se entrevistó con el valido de Felipe III, el todopoderoso Francisco Gómez de Sandoval Rojas y Borja (1553—1625), I duque de Lerma, y con el nuncio apostólico del papa en Madrid.

Pero quizás el acto social de mayor trascendencia fue el bautizo del propio Hasekura en la capilla del monasterio de las descalzas reales de Madrid. Fray Luis Sotelo escribió una relación a su hermano Diego Caballero de Cabrera del desarrollo de este acontecimiento según el cual se desarrolló de la siguiente forma. El 17 de febrero de 1615, a las tres de la tarde, acudió a la citada capilla Felipe III, acompañado de su hija Ana de Austria (1601—1666) [que en las crónicas aparece como “Reina de Francia” ya que en esas fechas su matrimonio estaba concertado con Luis XIII de Francia (1601—1643), si bien su matrimonio por poderes se realizará en Burgos el 18 de octubre de 1615 y en persona en Burdeos el 21 de noviembre de ese mismo año, ya que ambos contrayentes tenían apenas 14 años, su matrimonio no se consumará hasta cuatro años más tarde. Chascarrillo “rosa”: esta es la reina sobre la cual se sospecha que tuvo algún affaire con el duque de Buckingham; la de los tres mosqueteros, vamos]. También acudieron a este acto la infanta María Ana de Austria; al parecer el príncipe Felipe estaba enfermo y se quedó en palacio con los otros dos infantes: Carlos y Fernando. A la celebración acudieron los principales caballeros de la Corte, entre ellos muchos Grandes, quienes junto a los japoneses se distribuyeron por las gradas. Hasekura estuvo acompañado toda la ceremonia por Lope de Moscoso Osorio (1555—1636), VI conde de Altamira, mayordomo mayor de la infanta Ana. El bautizado tuvo como padrinos al duque de Lerma y la condesa de Barajas. El oficiante fue el capellán mayor de Felipe III, Diego de Guzmán, ya que el arzobispo de Toledo tenía perlesía en las manos lo que le impedía oficiar el bautismo, si bien estuvo presente en la ceremonia. El bautizo se hizo con toda la solemnidad y destaca fray Luis Sotelo el afecto y gran devoción del japonés. Su nombre cristiano fue Felipe Francisco Hasekura.

Inmediatamente acabado el bautismo, el duque de Lerma llevó al embajador al cuarto real donde se entrevistó con Felipe IV, quien le felicitó y le pidió que le encomendase a Dios. Por su parte, Hasekura, agradeció su presencia y que le hubiera permitido usar su nombre y que esperaba que este acontecimiento tuviera su efecto y salvara muchas almas en Japón. Tras abandonar el monasterio la embajada fue escoltada por la Guardia Real hasta San Francisco, donde fueron recibidos por toda la comunidad franciscana con un solemne Te Deum Laudamus y gran aparato de música y canto.

La otra etapa del viaje era Roma, y tras conseguir la licencia real, hacía allí partió la comitiva el 15 de agosto de 1615. Se une a ellos como intérprete el doctor Escipión Amati que publicaría a finales de ese mismo año una crónica de la embajada: Historia del Reyno Di Voxy Del Giapone, Dell'Antichita Nobilita, E Valore Del Svo Re Idate Masamune,...; el veneciano Gregorio Matías y el intérprete Francisco Martínez. En el séquito todavía viajaban veintiún japoneses.

La ruta fue la habitual para los desplazamientos a Italia: Alcalá de Henares, Daroca, Zaragoza, Lérida y Barcelona; donde por mar se dirigirían a Génova para alcanzar Roma. Por todos estos lugares la comitiva se convirtió en un foco de atracción, así en las distintas localidades se esperaba su llegada para realizar los oportunos honores y saludos; los visitantes aprovechaba estas paradas para visitar los templos y monasterios franciscanos que financiaron la mayor parte del viaje.

De todas formas, en España y tras conocer las preocupantes noticias que llegaban de América, la posibilidad e llegar aun fructífero entendimiento cada vez eran menores; así en septiembre de 1615 el Consejo de Indias se manifestaba contrario a la alianza comercial con Japón a través de Nueva España, alegando que afectaría negativamente a los intereses de los mercaderes portugueses de la India y Macao y a los españoles de Filipinas. Por estas mismas fechas, en concreto el 20 de septiembre, Felipe III ordena al conde de Castro, embajador en Roma, para que vigile de cerca las audiencias ante el Papa. Además le indica que en lo relativo a las decisiones sobre el envío de misioneros a Japón debe atenerse a lo que indique el nuncio apostólico en España.

De todas formas la embajada sigue con su misión, y a principios de octubre de 1615, parten del puerto de Barcelona en dos fragatas y un bergantín con dirección al puerto genovés de la Saonna. Debido a unas fuertes tormentas la expedición tuvo que hacer un alto en la localidad francesa de San Tropez. En las crónicas del lugar quedó constancia de la visita de tan extraños personajes, en las cuales destacaban que los japoneses no tocaban la comida con las manos y ¡qué usaban unos palillos para acercarse los alimentos!; también llamó su atención que se sonaran los mocos con pequeños y suaves trozos de papel que desechaban después de su uso; pero lo que más destacan los cronistas galos son sus espadas de las cuales dicen que su forja era de un acero tan afilado que podían cortar un papel con tan solo la presión de un soplo.

Tras este incidente llegan a la ciudad de Génova a mediados de octubre, donde son recibidos por toda la nobleza de la ciudad y por el senado. A los pocos días inician su periplo por Italia que les permitirá alcanzar la ciudad eterna el primero de noviembre. El papa Pablo V (1550—1621), recibió a Hasekura con premura y así se le concede la audiencia el mismo día 3 de noviembre en el Sacro Colegio Cardenalicio; a la audiencia acude lo más selecto de la curia romana, grandes señores, prelados y embajadores. En el acto se repite el mismo ceremonial que hemos visto en Sevilla y en Madrid intervenciones del franciscano y del embajador japonés con la lectura de la carta, que Date Masamune destina al pontífice [De esta carta se conservan los originales en japonés y latín en los archivos vaticanos]. En la carta se pedía al papa que intercediera ante Felipe III para favorecer un tratado comercial y de amistad entre Japón y España y le pedía que enviara misioneros al Japón; en parte venía a decir:

Besando los pies santos del más grande, universal y mayor santo del mundo entero, al papa Paulo, con la sumisión y mayor reverencia, yo, Date Masamune, rey de Wôshû en el imperio de Japón, le suplico: (...) El Padre franciscano Luis Sotelo vino a nuestro país a esparcir la fe de Dios, entonces, aprendí sobre esta fe y deseé hacerme cristiano, si bien todavía no he logrado cumplir este deseo debido a ciertas dificultades. Sin embargo, para conseguir que mis súbditos se hagan cristianos, deseo que enviéis a misioneros de la iglesia franciscana. Por mi parte os garantizo que podréis construir una iglesia y que los misioneros gozarán de protección. También es mi deseo que escojáis y enviéis a un obispo. Para este fin he enviado a mi samurái Hasekura Tsunenaga Rokuyemon, como mi representante para que acompañe a través de los mares a Luis Sotelo en su viaje a Roma, y os ofrezca una muestra de obediencia y os bese los pies. (...) También, y puesto que nuestro país y Nueva España son países vecinos, para que os pida que intervengáis todo lo que podáis en la negociación con el rey de España; que todo será en beneficio de enviar misioneros a través de los mares (...)

La respuesta del papa la dio Pedro Trocio, secretario apostólico y doméstico de su santidad, en la cual le manifestó la alta estima que había producido la llegada de la embajada de tan remoto lugar. El papa mostró escaso interés en comprometerse en interceder frente a Felipe III en lo relativo a las relaciones comerciales con España. Si accedió al envío de misioneros y llegó incluso a nombrar a fray Luis de Sotelo como obispo de Mutsu, si bien con algunas condiciones: la obligación de fundar un seminario y que la su consagración debía hacerse en España por el nuncio apostólico; esta consagración nunca se llevó a cabo [En 1626 se imprimieron estos testimonios en castellano y latín en México]. No eran los mejores momentos para establecer relaciones entre países tan diferentes; sin ir más lejos, apenas unas semanas después, en Japón, se restringiría el comercio extranjero a tan sólo dos puertos: Nagasaki y Hirado; y como otro botón de muestra, recordar que en este mismo año de 1615, Galileo Galilei tuvo que enfrentarse a los tribunales de la inquisición y renegar del heliocentrismo y admitir que la Tierra era el centro del universo y de la Creación. No estábamos, evidentemente, en los mejores tiempos para la anuencia y la tolerancia mutua.

Pero la vida sigue y los actos políticos, religiosos y ceremoniales continuaron en Roma: así, se realizó el bautismo de otros cuantos japoneses, entre ellos el secretario personal de Hasekura, y otros recibieron la confirmación; el Senado de Roma concedió al embajador el título honorífico de ciudadano de Roma [el documento se conserva en el museo de Sendai]; en recuerdo de la visita de la embajada japonesa se pintaron unos frescos con este motivo en la sala regia del palacio del Quirinal donde aparece Hasekura conversando con Luis Sotelo, rodeado por otros miembros de la embajada. Pero no nos engañemos se trataban, ya entonces, de una parafernalia que, como los catafalcos barrocos, ocultaba tras una suntuosa fachada la triste realidad: tras dos años en Europa la embajada japonesa carecía de compromisos concretos, no los había conseguido del papa ni del rey de España.

Tras dos meses en Roma, el siete de enero de 1616, la comitiva comenzó el viaje de vuelta: Roma, Livorno, Génova, Barcelona, Zaragoza, Alcalá Henares, y... Sevilla. Esta vez había orden real de que la comitiva continuara directamente hacia el sur sin detenerse en la capital. En parte por ahorrarse gastos, en parte por no dar más vueltas a unas conversaciones y entrevistas cada vez más carentes de sentido político. El viaje iba de mal en peor y las desgracias no sólo son diplomáticas, parece ser que el fraile franciscano se rompe una pierna en este viaje de vuelta y Hasekura sufre un agudo proceso febril que le deja al borde de la extenuación.

En Sevilla se alojan en el convento de Nuestra Señora de Loreto de Espartinas. De la treintena de japoneses que quedaban en España, unos veinte, acompañados de algunos frailes franciscanos, vuelven a Japón. Pero Hasekura y Sotelo se resisten a marchar y con una voluntad férrea continúan escribiendo al papa, al nuncio, al rey, al valido,...; pero tan sólo consiguen el apoyo, y cada vez más tímido de ayuntamiento sevillano. Al igual que lo había hecho en Roma, el embajador insistía pertinazmente en que la autoridad y la fuerza del reino de, Ōshū, eran superiores a la de muchos países europeos, y que su señor pronto se iba a convertir en el máximo mandatario de Japón, y que tenía decidido acatar el poder espiritual de Roma y extender el cristianismo por todo el imperio japonés. Pero apenas consiguen que Felipe III remitiera, el 12 de julio de 1616, una amable carta de respuesta al rey de Boju, en la cual le expresa el trato considerado que había prestado a la embajada y le manifiesta su deseo que se continúen los esfuerzos diplomáticos para conseguir el loable fin de extender el cristianismo.

Aunque las noticias que llegaba de Japón parecían confirmar que efectivamente Date Masamune estaba protegiendo a los cristianos en su reino de las persecuciones ordenadas por el sogún en 1614, los ministros españoles dudaban que los acuerdos que alcanzaran con Hasekura verdaderamente tuvieran valor ante Tokugawa Ieyasu, que a pesar de su retiro [moriría el primero de junio de 1616] mantenía un gran poder político, y mucho menos por el sogún efectivo de Japón, su hijo Tokugawa Hidetada [Felipe III en sus cartas se refería a el como el universal señor del Japón], que era mucho más xenófobo e intolerante que su padre; y que contemplaba la práctica del cristianismo como un peligro para la estabilidad del imperio japonés ya que permitía la posibilidad de establecer fidelidades al margen de la estructura feudal existente; además de su intención de atajar el contrabando y comercio clandestino que las órdenes religiosas, en particular los jesuitas, tenían organizado y casi institucionalizado.

Un año más aguantó en Sevilla la embajada japonesa, pero sin medios económicos y agotados los recursos diplomáticos, Hasekura y Sotelo, en el “Santa María y San Vicente”, parten de Sevilla hacia Japón el cuatro de julio de 1617, acompañados por otro franciscano y los japoneses que restaban. Casi tres años después de su llegada a las costas andaluzas, abandonan Europa tremendamente decepcionados y contrariados por el fracaso de su misión. Como ya se ha avanzado anteriormente, los intereses comerciales existentes y las tremendas luchas intestinas entre las diferentes órdenes misioneras, junto con la intransigencia y xenofobia que se extendía por el Japón, hicieron fracasar irremediablemente la embajada diplomática. ¡Se tardarán 200 años en que llegue a Europa, en concreto a Francia, otra delegación japonesa!

Pero algo quedó en España de esta visita. Todo parece indicar que un reducido número de japoneses no volvió a su país y decidió quedarse a vivir en Sevilla y alrededores. A causa de esto, hoy existen varios centenares de personas descendientes de estos nipones; reconocibles por sus rasgos ligeramente orientales y, particularmente, porque llevan el apellido «Japón» [1.851 personas en toda España, de las cuales 1.344 en la provincia de Sevilla, según el padrón de 2006]

Alcanzaron las costas mejicanas a principios de 1618. Inmediatamente se dirigieron por tierra a Acapulco donde les esperaba, desde 1616, el “San Juan Bautista”. El barco había realizado un segundo viaje comercial de Japón a Nueva España cargado de especias, sedas y productos lujosos, los cuales generaron tal demanda que obligaron al gobierno virreinal a establecer precios tasados y límites estrictos a las transacciones. Al objeto de financiar en parte los elevados gastos de la embajada, Hasekura consigue una autorización para cargar el barco de diversos productos en Acapulco y poderlos vender después en Manila; puerto al que arribaron en abril de 1618.

Es sorprendente que Hasekura permaneciera dos años más en Filipinas, donde fue tratado muy cordialmente por las autoridades, tanto por el gobernador como por el obispo, como se refleja en varias misivas. Pero en esta estancia ya su único interés era liquidar la expedición y recuperar en lo posible los gastos; y para este fin, en julio de 1619, se vendió el “San Juan Bautista” a las autoridades españolas. Según parece el estado de la flota de guerra del archipiélago filipino estaba en un estado deplorable lo que permitía que los corsarios ingleses y holandeses, los piratas malayos y demás filibusteros del mar acosaran insistentemente a los navíos y puertos españoles. En este estado de cosas la robustez, tamaño y buen armazón del buque [que recordemos tenía una bodega de 500 toneladas de carga], permitía el apresto de artillería con la finalidad de trasformarlo en un buque de guerra; lo que se hizo con celeridad después de su adquisición. En julio de 1620 Hasekura partió de Manila, y será en este puerto donde verá por última vez al franciscano Luis Sotelo, que ante las graves noticias que se tenían de la situación Japón decide quedarse para preparar su regreso, ya de forma clandestina, a Japón.

Finalmente, Hasekura volvió a pisar tierra japonesa en agosto de 1620, cuando entró en el puerto de Nagasaki. Aún le quedaría un buen trecho para llegar a su destino, a Sendai, pero comparado con lo que dejaba atrás se puede decir que estaba en casa. Luis Sotelo escribió en su Relatio del statu de De ecclesiae Iaponicae que a su llegada a Sendai, que su compañero de viaje fue recibido como un héroe.

Pero en estos siete años que Hasekura había estado fuera, su país había cambiado drásticamente: desde 1614 el cristianismo estaba prohibido; el nuevo sogún, Tokugawa Hidetada, había limitado el contacto con los extranjeros y las relaciones comerciales; y Japón se movía hacia la política del sakoku [鎖国], del aislamiento y cierre del país, que se impondría oficialmente desde 1641 y que duraría hasta que en 1853 se firme el tratado de Kanagawa, y en la que se llegaría incluso a prohibir relatar sus experiencias a todas aquellos que hubieran estado en el extranjero.

Cuando Hasekura se postró frente a Date Masamune y le narró en persona los resultados de su misión, la decepción del daimio fue tremenda y del despecho se pasó a la ira. Aunque Date Masamune, a pesar de que era conocedor del fracaso de su delegación en Europa, se mantuvo firme en retrasar la aplicación de ley del sogún contra los cristianos hasta la vuelta de su embajador, una vez que hubo regresado fue implacable; y a los dos días de la llegada de Hasekura a la corte de Sendai se publicaron las siguientes medidas contra los cristianos:

· Se prohibió el cristianismo y su práctica; y se ordenó a todos los cristianos que renieguen de su fe, bajo pena de muerte, que se rebaja al destierro si son nobles. Todos ello de acuerdo con el decreto del sogún del primero de febrero de 1614.

· En segundo lugar de establecía un recompensa para todos aquellos que denunciaran a los criptocristianos.

· En tercer lugar se ordenaba la expulsión inmediata de todos los propagadores del cristianismo o el abandono de su religión.

Pero antes de terminar narrando las consecuencias del fracaso de la embajada y las especulaciones sobre el destino de nuestro embajador, no puedo olvidarme del padre Luis Sotelo que le dejamos en Manila. Dos años más tuvo que esperar el franciscano para preparar su regreso a Japón donde pesaba continuar su labor evangelizadora a pesar de las severas prohibiciones. Acompañado de otro fraile de la orden y dos jóvenes cristianos japoneses, Sotelo parte, de incógnito y disfrazado de comerciante, en un barco chino con dirección a Nagasaki, donde llegaron en septiembre de 1622. Nada más arribar, el capitán del barco los delata con la intención de cobrar la recompensa; inmediatamente son puestos bajo la jurisdicción del tribunal comisionado para las causas contra los cristianos. Cuando trasciende la personalidad del fraile, el propio sogún Tokugawa Hidetada se interesa por el caso; pero a pesar de haber sido su embajador oficioso hace algunos años no intercede por él y es encarcelado en Omura. El juicio que se sigue dura casi dos años y acaba dramáticamente con la condena a muerte de los inculpados; el 25 de agosto de 1624, Luis Sotelo, sus dos compañeros japoneses, el jesuita Miguel Carballo y el dominico Pedro Vázquez de Santa Catalina son quemados vivos. El papa Pío IX le beatificó en 1867.

Volviendo a Hasekura, todo hace pensar que el relato que hizo a Date Masamune de su viaje y estancia en Europa fue apasionado y entusiasta, lo que le pudo llevar a distorsionar en parte la realidad y mostrar una imagen exagerada de la grandeza y el poder de España y de la religión católica. Incluso parece que siguió alimentando el ego del daimio con la vieja engañifa de los franciscanos, según la cual una alianza con España y Roma le permitiría contrarrestar el poder del sogún, y, ¿por qué no?, convertirse en el regente de todo el imperio japonés. Evidentemente la realidad del Japón de 1620 era bien distinta y esa posibilidad era irrisoria; la visión política de Date Masamune enfocó rápidamente dónde estaba su aliado más útil que no era otro que Tokugawa Hidetada. En estas circunstancias, apenas un mes más tarde comenzaron las muertes de cristianos en el reino de Ōshū. Algunas informaciones señalan que la aplicación de las medidas anticristianas fueron relativamente suaves comparadas con el resto del Japón; incluso algunos han señalado que lo hizo tan sólo para apaciguar la presión a la que le sometía el sogún. Pero lo cierto es que el daimio de Sendai informó puntualmente de todo lo relativo a la embajada a Europa a Tokugawa Hidetada, y sin duda estas informaciones contribuyeron a la ruptura total de las relaciones con España a partir de 1624, cuando se estableció que tan sólo dos barcos europeos al año podrían atracar en el puerto de Nagasaki: uno holandés y otro inglés; precisamente con los primeros se estaba en guerra de nuevo desde 1621 [tras la ruptura de la tregua de 1609], y con los segundos la guerra abierta comenzaría en 1625 [tras su intento fallido de invadir la península ibérica por la bahía de Cádiz]. Además recordemos que en España reinaba Felipe IV desde 1621, quien había iniciado, bajo el gobierno del conde duque de Olivares, un ciclo belicista en sus relaciones internacionales [este rey, a pesar de gobernar más de 45 años, tan sólo tuvo una semana de paz, en el resto de su reinado siempre tuvo al menos una guerra declarada; si bien es cierto que en la mayoría de los caso fueron defensivas].

Sobre el devenir de nuestro samurai tras la finalización de su embajada sabemos muy poco. Para algunos renegó del cristianismo y se apartó de la actividad política y militar para disfrutar de sus rentas y posesiones; otros hablan que por el contrario mantuvo su fe con todas las consecuencias, afirmando incluso que fue martirizado por ello; y otros dicen que fue uno de los numerosos criptocristianos que intentaron mantener en secreto su fe durante la opresión religiosa [que se agudizaría aún más a partir de 1641, cuando se aplique con todo el rigor el sakoku, como hemos visto], y que propagó esta religión entre su familiares y allegados. Lo cierto es que el destino final de algunos de sus criados y familiares, que murieron años después en la hoguera por la práctica del cristianismo, hace pensar que mantuvo su fe y que efectivamente la extendió en su entorno cercano; situaciones similares se dieron con algunos de sus compañeros de viaje, en particular es conocido el caso de Yokozawa Shogen, que se convirtió en uno de los mayores activistas cristianos en Japón tras la prohibición.

Hasekura Tsunenaga Rokuyemon murió por una grave enfermedad en 1622, pero desconocemos a ciencia cierta donde reposan sus restos. Lo más probable es que se encuentren en una tumba budista de Enfukuji; pero existen otras dos posibles ubicaciones que reclaman el honor de contar con su tumba.

Parece ser que en 1640 la familia y criados de uno de sus hijos, en concreto Rokuemon Tsuneyori, sufrieron una serie de delaciones que llevó a la hoguera a varios de sus miembros que no renegaron del cristianismo, otros que si lo hicieron salvaron la vida; destacar que uno de los que murieron, Tarozaemon, había acompañada al propio Hasekura en su viaje a Europa. Este proceso a punto estuvo de arrastrar al propio heredero de Hasekura hacia un fatal destino, del que se salvó por ser quien era; pero su hermano Tsunemichi no le quedó más remedio que huir apresuradamente del lugar. Dentro del sumario que se siguió fueron requisadas las posesiones de la familia de Hasekura, y entre estas se encontraron numerosos artilugios cristianos como rosarios, cruces, medallas, etc. además de varios libros que fueron depositados en el tribunal de Sendai. Estos objetos estuvieron allí, amontonados y olvidados, hasta que en 1840 una rutinaria visita funcionarial realizó un inventario que los enumera y describe; pero a los que no se les da ningún tipo de trascendencia.

La embajada de Hasekura a Europa fue totalmente olvidada en Japón durante los años de aislacionismo y no se tuvo noticia de ella hasta que en 1873 otra nueva embajada japonesa a Europa, dirigida por Iwakura Tomomi, llega a Venecia y le muestran varios documentos relacionados con la visita de Hasekura a Roma. Con posterioridad se rescatarán los artilugios y abalorios depositados en la ciudad de Sendai y los regalos que trajo Hasekura para Date Masamune. Por esta razón hoy quedan bastantes testimonios del viaje de Hasekura el museo de la ciudad de Sendai, destacando un retrato del papa Pablo V, un retrato del propio Hasekura orando frente a un crucifijo, un juego de dagas y espadas malayas compradas en Filipinas, gran cantidad de artilugios religiosos cristianos y numerosas cartas y documentos; todos salvados milagrosamente, como hemos visto, del sakoku.

En Japón actualmente es una figura reconocida como lo demuestra el parque temático relacionado con su aventura existente en Ishinomaki o la novela del escritor japonés Shusaku Endo que, escrita en 1980 y titulada “El samurai”, recrea la vida y andanzas de Hasekura. También son testimonio de su viaje las estatuas que en su honor adornan varias ciudades que jalonaron su aventura: Sendai en Japón, Acapulco en México, La Habana en Cuba, Coria del Río en España, Civitavecchia en Italia,...


Por terminar con algo curioso, contaros que en 2005 se realizó en España una película de animación, financiada por el ministerio de Cultura y que tenía como finalidad introducir la cultura y los productos españoles en Japón, que de alguna manera rememora estos hechos. La película se titula “Gisaku” y está dirigida por Baltasar Pedrosa, y su argumento recoge en parte esta aventura: a principios del siglo XXI, Yohei, uno de los acompañantes de Hasekura en su viaje de 1614, despierta de un letargo mágico, que le había mantenido inconsciente desde entonces en la ciudad de Sevilla, con la misión de salvar al mundo del tenebroso poder del señor de las tinieblas Gorkan, que encarna el mal y que pretende conseguir la llave de Izanagi que el samurai a su vez debe proteger a toda costa; cometido que alcanza con éxito gracias a la ayuda de dos jóvenes adolescentes sevillanos que le guiarán por el desconocido universo que para este samurai japonés es la España actual.

En esta dirección podéis ver el videoclip: http://movies.filmax.com/gisaku/

© Francisco Arroyo Martín. 2007


Para citar este artículo desde el blog:

ARROYO MARTÍN, Francisco. Hasekura Tsunenaga, un samurái en la Corte de Felipe III. 7 de agosto de 2007. http://franciscoarroyo.blogspot.com/2007/08/hasekura-tsunenaga-un-samuri-en-la.html.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy interesante este artículo. Y es curiosos que apenas se conozca una peripecia como la que usted narra. De todas formas el pueblo y la cultura japonesa son uno de los grandes temas desconocidos en España y en Europa.

Txiki López dijo...

UN PLACER ABSOLUTO LEER CON EL ORDEN Y LA CLARIDAD QUE LE CARACTERIZA, DE ESTA HISTORIA INCREIBLE DE LA HISTORIA.
SOY SEVILLANO Y ES INCREIBLE EL GRADO DE DESCONOCIMIENTO QUE TENEMOS DE NUESTRO PASADO... ENHORABUENA DE CORAZÓN.
A CADA MOMENTO ECHO DE MENOS REFLEXIONES CAPACES E INFORMADAS, BASADAS EN LA LOGICA Y LA HISTORIA A LA HORA DE ANALIZAR LOS HECHOS ACTUALES.
elchiquero@hotmail.com