sábado, 11 de octubre de 2008

El vino en el siglo XVII

La llegada del vino a la península ibérica debió de producirse entre los siglos VI o V a.n.e. y lo debieron traer los fenicios; después su consumo se extendió con la llegada de los romanos. Entonces los vinos eran casi siempre de cosecha (si bien ya existían técnicas de envejecimiento en barro) y al mosto fermentado se le añadían otros licores o se le endulzaba con melazas y mieles. Algún vestigio de ese tipo de vino queda aún en las mistelas, moscateles, arropes, embocados e incluso en el vino de misa.

Tras la extensión del cristianismo el consumo del vino se popularizó en toda Europa y, lo que es más importante, se incorporó como elemento fundamental de la dieta alimenticia para la población más humilde por el alto valor calorífico que poseía. Ejemplos de este empleo del vino son frecuentísimos en la literatura picaresca española, así, por ejemplo, el primer alimento que toma Lazarillo de Manzanares fueron unas sopas de vino.

Pero esta popularización del consumo del vino también vino acompañado de la descalificación moral de la embriaguez. La moral romana era muy permisiva con las borracheras, baste sólo recordar las bacanales; pero para los cristianos medievales un alcohólico podía ser incluso excomulgado, el episodio bíblico de la borrachera de Noe parece que es determinante. En el siglo XVII, llamar a alguien borracho era considerado un insulto muy grave y podía dar lugar a que se sacaran las espadas de las vainas. También era frecuente que en las normas monásticas, tanto de frailes como de monjas, se aconsejase el consumo moderado del vino en las comidas y a la vez se condenase muy gravemente al religioso ebrio.

Se trataba de un tipo de vino afrutado y denso que permitía aguarlo, por lo cual era entonces muy frecuente añadir agua al vino para rebajar la textura y la graduación; también era frecuente añadir vino al agua para purificarla y desinfectarla [Qué fácil es recordar las palabras de Jesús en las bodas de Caná: “Llenad de agua esas tinajas” Juan 2:5].

Fueron los franceses los primeros en “fabricar” el tipo de vino que hoy tomamos habitualmente. Y lo lograron conjugando la tradición mediterránea del vino con nuevas formas de fermentación, almacenamiento y comercialización, muchas provenientes de la cultura del centro de Europa. Fue en la región de Burdeos y Champaña donde se produjo esta verdadera revolución.

En el siglo XVII se conformaron todos los elementos básicos del vino actual, la recolecta y fermentación separada, la crianza en madera, la conservación y crianza en botella, el tapón de corcho, la doble maceración, el reposo en bodegas para mantener constante la temperatura y humedad, etc. Sirva como ejemplo el tapón de corcho. Este utensilio fue reincorporado a la crianza del vino [ya había sido utilizado en Roma] por un bodeguero francés que a todos nos suena, si bien solo unos pocos habrán catado su producto: estoy hablando de Pierre Perignón de Hautvillers. Gracias a este artilugio pudo dar forma a su creación más genial y genuina: el Champaña, vino carbonatado que consigue su bouquet merced a una doble fermentación en botella, solo posible gracias al tapón de corcho. Pero las innovaciones fueron muchas más y muy variadas.

A los reinos españoles las novedades llegaron rápidamente y las tradicionales regiones productores de vino (que son prácticamente las actuales) se adaptaron pronto a las novedades que venían de más allá de los pirineos. En particular fueron hábiles los riojanos que con unas condiciones bio-geográficas envidiables para la crianza de este tipo de vino gracias la edafología del terreno y a la climatología, lograron adueñarse rápidamente del mercado castellano y, lo que fue aún más importante, iniciar las exportaciones a Inglaterra una vez que Felipe II, como señor de Vizcaya, abrió el puerto de Bilbao a este producto a cambio de que los vinateros riojanos se aprovisionaran obligatoriamente en las herrerías vascas de herrajes, cinchas para la tonelería, ruedas, etc.

A partir de aquí, el desarrollo vinícola de la cuenca alta del río Ebro, con verdaderos emporios en Logroño, Haro y Calahorra, fue espectacular: se producía más de lo que se consumía, se exportaba el excedente, el viñedo se apoderó de la casi totalidad de suelo, se dispusieron medidas políticas y económicas para potenciar la venta del producto y pronto los vinateros y bodegueros se convirtieron en un “lobby” político y social; todas las instituciones, las relaciones económicas y la estratificación social giraba ya entorno al vino. Estas condiciones permitieron que a lo largo del seiscientos se consolidara un tipo de vino: el Rioja.

También en estos años del siglo XVII se comenzaron a popularizar los vinos blancos andaluces, los catalanes de alta graduación, o los suaves vinos portugueses del Duero. La colonización europea de nuevas tierras extendió igualmente el cultivo del vino por los demás continentes: del siglo XVI son las primeras plantaciones chilenas y del XVII en Sudáfrica y California.

Un incendio que se produjo en Valladolid en 1561 dejó a la luz 60 bodegas particulares en 440 casas con más de 250.000 litros almacenados, considerando que la población de esta ciudad castellana era de unos 30.000 habitantes y que la zona afectada era pequeña, la cantidad guardada para el consumo propio era tremenda. En Madrid existen algunos datos que hablan de una media de 200 litros de vino per capita en los años iniciales del siglo XVII. El vino reinaba de forma absoluta como bebida nacional ya que la cerveza entonces apenas era conocida y las pocas fábricas que existían en Madrid daban servicio a la Casa Real (desde Carlos V era frecuente en su dieta), a los embajadores europeos y a la nobleza más “snob” de entonces. Su éxito estaba por llegar. Durante este siglo todavía era frecuente el consumo del vino mezclado con agua, especias, zumos, miel, azúcar, nieve y otros aditamentos, o bien otros licores espirituosos; dando lugar a multitud de limonadas y sangrías; los “calimochos” y “rebujitos” actuales no dejan de ser herederos de esta costumbre.

Sobre la técnica de aguar el vino, todo un catedrático de la Universidad de Valladolid, el doctor Gerónimo Pardo, escribió el Tratado del vino aguado y agua envinada, sobre el aforismo 56 de la sección 7 de Hipócrates (Valladolid, Imprenta de Valdivieso, 1661). En este grueso y erudito libro el autor analiza pormenorizadamente las cantidades, proporciones, remedios, usos, etc., con citas frecuentes de los clásicos Hipócrates, Plutarco, Macrobio,… comparando la importancia alimenticia del vino con la de la leche. Para este insigne profesor el vino era un purificador de los humores; un poderoso nutriente que engendraba sangre saludable y criaba buenos colores; un ahuyentador del dolor y de la tristeza; era consuelo de la senectud, leche de los viejos; medicamento, antídoto y triaca contra todo veneno; también causa de sueño a los que estaban faltos de él; y hacía a los hombres valientes, fuertes y atrevidos; y era la mejor prueba de cuáles son los buenos y malos ingenios. Por último, lo consideraba un buen estimulante para el sexo, mucho más eficaz en las mujeres, menos atemperadas que los hombres según el sentir de entonces.

No cabe duda de que ya existían los catadores de vinos, llamados entonces (y ahora también, aunque el término está en desuso) mojones, y que ya asombraban por su capacidad para discernir por el olor, color y sabor las virtudes y características de los vinos. Y uno de ellos era, nada más y nada menos, que el bueno de Sancho Panza, que lo era además por linaje. Así se lo cuenta al escudero del Caballero del Bosque en la aventura del mismo nombre:

Don Quijote de la Mancha, II parte,

Capítulo XIII.

Donde se prosigue la aventura del Caballero del Bosque, con el discreto, nuevo y suave coloquio que pasó entre los dos escuderos

(…)

—Por mi fe, hermano —replicó el del Bosque—, que yo no tengo hecho el estómago a tagarninas ni a piruétanos ni a raíces de los montes; allá se lo hayan con sus opiniones y leyes caballerescas nuestros amos, y coman lo que ellos mandaren; fiambreras traigo y esta bota colgando del arzón de la silla, por sí o por no; y es tan devota mía, y quiérola tanto, que pocos ratos se pasan sin que la dé mil besos y mil abrazos.

Y, diciendo esto, se la puso en las manos a Sancho, el cual, empinándola puesta a la boca, estuvo mirando las estrellas un cuarto de hora, y, en acabando de beber, dejó caer la cabeza a un lado, y, dando un gran suspiro, dijo:

—¡O hideputa, bellaco, y cómo es católico!

—¿Veis ahí dijo el del Bosque, en oyendo el hideputa de Sancho— como habéis alabado este vino, llamándole «hideputa»?

—Digo —respondió Sancho— que confieso que conozco que no es deshonra llamar hijo de puta a nadie cuando cae debajo del entendimiento de alabarle. Pero dígame, señor, por el siglo de lo que más quiere: ¿este vino es de Ciudad Real?

—¡Bravo mojón! —respondió el del Bosque—; en verdad que no es de otra parte, y que tiene algunos años de ancianidad.

—¡A mí con eso! —dijo Sancho—; no toméis menos, sino que se me fuera a mí por alto dar alcance a su conocimiento. ¿No será bueno, señor escudero, que tenga yo un instinto tan grande y tan natural en esto de conocer vinos, que en dándome a oler cualquiera, acierto la patria, el linaje, el sabor, y la dura y las vueltas que ha de dar, con todas las circunstancias al vino atañederas? Pero no hay de qué maravillarse, si tuve en mi linaje por parte de mi padre los dos mas excelentes mojones que en luengos años conoció la Mancha; para prueba de lo cual les sucedió lo que ahora diré. Dieronles a los dos a probar del vino de una cuba, pidiéndoles su parecer del estado, cualidad, bondad o malicia del vino; el uno lo probó con la punta de la lengua, el otro no hizo más de llegarlo a las narices. El primero dijo que aquel vino sabía a hierro, el segundo dijo que más sabía a cordobán. El dueño dijo que la cuba estaba limpia y que el tal vino no tenía adobo alguno, por donde hubiese tomado sabor de hierro ni de cordobán. Con todo eso, los dos famosos mojones se afirmaron en lo que habían dicho. Anduvo el tiempo, vendiose el vino, y al limpiar de la cuba hallaron en ella una llave pequeña pendiente de una correa de cordobán. Porque vea vuestra merced si quien viene desta ralea podrá dar su parecer en semejantes causas.

—Por eso digo —dijo el del Bosque— que nos dejemos de andar buscando aventuras, y pues tenemos hogazas, no busquemos tortas, y volvámonos a nuestras chozas; que allí nos hallará Dios si Él quiere.

—Hasta que mi amo llegue a Zaragoza, le serviré; que después todos nos entenderemos.

Finalmente, tanto hablaron y tanto bebieron los dos buenos escuderos, que tuvo necesidad el sueño de atarles las lenguas y templarles la sed, que quitársela fuera imposible; y, así, asidos entrambos de la ya casi vacía bota, con los bocados a medio mascar en la boca, se quedaron dormidos, donde los dejaremos por ahora, por contar lo que el Caballero del Bosque pasó con el de la Triste Figura.

Imagen: La joven con la copa de vino. Jan Vermeer de Delft. 1659-1660. Óleo sobre tela. Herzog Anton Ulrich Museum. Brunsswick

© Francisco Arroyo Martín. 2008

Para citar este artículo desde el blog:
ARROYO MARTÍN, Francisco. El vino en el siglo XVII
http://franciscoarroyo.blogspot.com/2008/10/el-vino-en-el-siglo-xvii.html

11 de octubre de 2008.


martes, 26 de agosto de 2008

Sistemas de reclutamiento de tropas en el siglo XVII

Una de las características del estado moderno, frente a los reinos medievales (junto a la creación de una burocracia administrativa y una política hacendística) es el hecho de que el poder de los monarcas se basaba en un ejército eficiente y de carácter voluntario que no dependiera del contrato de vasallaje feudal.

En Castilla, la aparición del soldado pagado, que lucha por su rey en función de un contrato y a cambio de una compensación económica, aparece ya regulado desde las Cortes de 1338 en Burgos. Pero este sistema alcanzará su mayor eficacia durante el siglo XVI y se seguirá practicando durante todo el siglo siguiente. Pero en el siglo XVII hubo que acudir frecuentemente al reclutamiento forzoso de hombres a través de contribuciones fijas o “presidios” en las ciudades y a las milicias urbanas, al ser más rápida y barata que las reclutas voluntarias.

No existía un ejército estable con un número de hombres fijo para la defensa del estado, cada campaña el Consejo de Guerra hacía las previsiones de hombres y dinero necesarios para atender los distintos frentes abiertos en cada año, y en consecuencia se establecían el sistema y lugares para hacer el reclutamiento de los hombres que faltaren para completar esas previsiones, así como de la recaudación del dinero preciso. Las ventajas del reclutamiento voluntario son evidentes, ya que se trataba de un compromiso individual del soldado con su rey a través del capitán autorizado para la recluta. Además, los oficiales reales se reservaban el derecho de rechazar al recluta por considerar que no era apto para el servicio.

El sistema de reclutamiento se basaba en una autorización, la conducta, que el rey otorgaba a un capitán para levantar soldados en un determinado lugar en su nombre. El capitán y sus ayudantes arbolaban bandera y tocaban tambores para dar a conocer a la población la recluta. El capitán no podía elegir a cualquiera, tenía unos criterios preferenciales para seleccionar a los reclutas, la edad (entre 18 y 44 años), estado civil, la disponibilidad física, estar en posesión de armas, etc. Una vez reclutados se les pasaba revista y si estaban en condiciones se les abonaba 10 días de paga. La recluta debía durar como mucho tres o cuatro semanas, pues en las estancias más largas lo normal es que comenzaran a surgir conflictos entre la población y los soldados, y entre los oficiales y las autoridades municipales.

Una vez formada la compañía esta se dirigía a la plaza de armas destinada o al puerto de embarque. Como norma general las tropas bisoñas eran dirigidas a Italia donde se les sometía a un adiestramiento y con posterioridad se les enviaba a los frentes donde de forma paulatina se incorporaban a los combates, este sistema se recogía incluso en las ordenanzas militares de 1632.

Las levas voluntarias tenían unas ventajas indudables: aportaban buenos soldados al ejército y generaban aguerridas tropas veteranas, y, además, era un sistema que en general se aceptaba favorablemente por la población. Pero presentaba una dificultad evidente: con este sistema no se garantizaba el relevo de las licencias o bajas, y muchos menos las necesidades cada vez mayores y más apremiantes de la monarquía, en particular desde que Felipe IV tuvo que guerrear dentro de las fronteras peninsulares.

Por esta razón, hubo que recurrir a formas de reclutamiento forzosas, que normalmente se basaba en el número de pobladores; debiendo contribuir con un soldado por cada cinco hombres válidos (de aquí los antiguos “quintos”). El rey podía autorizar a la población a contribuir en especie, pagando el coste de un año de los soldados que le asignase a cambio de que no se levantara ningún hombre forzado, pero esta fórmula era de muy difícil aplicación cuando el problema era encontrar voluntarios, aparte de la ruina que representaba para los pobladores cuando las levas eran continuadas.

La valía de las tropas reclutadas en estas levas forzosas o sacadas de las milicias era muy inferior respecto a las tropas voluntarias; un gran porcentaje desertaba en el tránsito a los puertos, se llegó en algunos casos a trasladar a los reclutas encadenados como galeotes y a encarcelar a los familiares del fugado hasta que este apareciera, y la tropa que llegaba al frente era despreciada por los jefes militares dada la escasa operatividad y eficacia de los hombres que eran reclutados de esta forma.

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“El reclutamiento de tropas”. La imagen pertenece a la serie de 18 aguafuertes de Jacques Callot (1592-1635), titulada “Les Miseres et les Mal-Heurs de la Guerre”, impreso por Isamel Henriet en París en 1633.

A la izquierda se observa a un oficial real, sentado en un tambor, reclutando a los voluntarios; a la derecha un grupo de oficiales discuten sobre dinero; en el centro, en primer plano, dos escuadrones de infantería con las picas detrás mientras delante la manga de arcabuceros hace una salva al aire; al fondo se vislumbran dos compañías de caballería; de fondo paisajístico vemos a la izquierda los muros de una población y a la derecha las tiendas de un campamento.

Los aguafuertes son impresionantes, para ver la serie pincha aquí.

© Francisco Arroyo Martín. 2008

Para citar este artículo desde el blog:
ARROYO MARTÍN, Francisco. Sistemas de reclutamiento de tropas en el siglo XVII
http://franciscoarroyo.blogspot.com/2008/08/sistemas-de-reclutamiento-de-tropas-en.html

26 de agosto de 2008.

domingo, 13 de julio de 2008

Historia y Medio Ambiente

Desde la primera década del siglo XVII se publicaron obras que hablaban del aumento general de los impuestos que cobraban los príncipes, de que la vida se acortaba, de nuevas enfermedades que hasta entonces parecían desconocidas, de hambrunas, de desastres naturales, etc. Es muy cierto que el XVII fue un siglo especialmente convulso, pero en los años centrales de la centuria las revueltas sociales y las revoluciones políticas surgían por doquier. Así, los autores de la apología del conde duque de Olivares "El Nicandro", en 1643, decían que los últimos fracasos de la monarquía española no se debían a decisiones erróneas del privado, que «no atienden a la universal providencia de las cosas, la cual en unos tiempos trasiega el mundo y lo funesta con calamidades públicas y universales, cuyas causas totalmente ignoramos».

Efectivamente, en esos años hubo guerras civiles en Inglaterra, Irlanda y Escocia; España sufrió la fragmentación territorial en Europa con la pérdida territorial del Rosellón y Portugal, la secesión de Cataluña e intentos secesionistas muy serios en Aragón y la misma Andalucía; Francia, a pesar de ser la potencia emergente, sufrió gravísimas guerras civiles que tuvieron su mayor exponente en la Fronda; en 1648 una sublevación popular en Moscú desencadenó revueltas urbanas en toda Rusia; los cosacos de Ucrania se sublevaron contra los dominadores polacos; en 1648 también, tiene lugar la revolución inglesa que acaba con el monarca Carlos II decapitado y la monarquía derrocada; Italia es un hervidero con revueltas en Nápoles, en los Estados Pontificios, en Sicilia,…; etc.

Pero no sólo Europa sufría convulsiones; en Brasil y México se produjeron sublevaciones que pudieron ser sofocadas a duras penas por los portugueses y españoles; se vio a todo un emperador turco arrastrado por las calles de Constantinopla debido a las guerras civiles que asolaron el imperio turco; también hubo guerras civiles en Persia; China fue invadida por los tártaros, que llegaron incluso al mismísimo Pekín, provocando el suicidio del emperador en 1644, originándose una guerra civil que produjo un cambio de dinastía: los Qing por los Ming (un historiador chino habla de la pérdida de un tercio de los espacios cultivados y de el mismo porcentaje de pérdida de población); Etiopia fue asolada por lo otomanos; los jefes locales de lndia no dejaron de pelear entre sí durante todo el siglo; en Japón, tras una guerra civil, cambia la familia que ostenta el Shogun y se inicia la política de aislamiento; etc. En 1652, un escritor veneciano hablaba de «terremotos de Estado»

Bien, pues para explicar estos extendidos y numerosos procesos convulsos, Geoffrey Parker señala en su estudio "La crisis mundial del siglo XVII: acontecimientos y «paradigma»"a la climatología como un elemento clave; si bien en su exposición deja claro que no quiere fijar pautas deterministas sino aportar elementos explicativos de un proceso mucho más complejo en el cual participaban las variaciones demográficas, las presiones políticas, sociales o fiscales de cada lugar, y la aparición de nuevas ideologías más radicales y líderes carismáticos que pudieron encauzar las nuevas corrientes convulsas.

El apartado más original es el que el autor denomina como «la ecología de la crisis». Al parecer entre 1636 y 1644 se unieron una continuada serie de erupciones volcánicas y una ausencia notable de manchas solares; ambas circunstancias favorecieron un enfriamiento del clima del planeta: un solo grado en el ecuador pero debido al "anormal" funcionamiento de las masas de aire provocaron efectos climatológicos extremos, fundamentalmente sequías y heladas acompañados de fuertes concentraciones de lluvias que provocaban espectaculares inundaciones y riadas. El fenómeno meteorológico conocido como el "Niño" sobre las costas pacíficas se repitió con mucha frecuencia en los años centrales del siglo.

La interesante observación de Parker nos pone de relieve que durante este periodo histórico un cambio climático global produjo unas terribles consecuencias a escala planetaria. Evidentemente las circunstancias son otras y el desarrollo de las sociedades humanas es bien diferente ahora al existente hace cuatrocientos años; pero también entonces existían voces que relativizaban el problema y llamaban alarmistas a los que se alarmaban de lo que veían. Así, Secondo Lancellotti, en 1623, escribía un libro de más de 700 páginas con el siguiente título: Hoy en día, o como el mundo no es peor ni más calamitoso que en el pasado. En este libro se esforzaba en demostrar que los “quejosos” se lamentaban sin razón, ya que los príncipes eran igual de avaros que los de antaño; las mujeres igual de vanas; la vida humana era igual de larga; no había nuevas enfermedades; y que los desastres naturales (a los que dedica la friolera de ocho capítulos) no son más ni más numeroso ni peores que los que siempre había habido. En definitiva que la vida era toda felicidad y no existían motivos para preocuparse; grave equivocación que el tiempo vino a demostrar.

Quizás sería bueno que aprendiéramos la lección y no nos deleitáramos en nuestro relativo buen nivel de vida; y diéramos mayor importancia a estos “quejosos” del momento que encienden las alarmas y nos hablan de un futuro nada grato de seguir así.

¡Ojala que no sea el tiempo el que nos saque de nuestra autocomplacencia!


Si quieres, puedes profundizar en el tema y bajarte el artículo Historia y Medio Ambiente completo en PDF; o pinchar en el siguiente enlace:


© Francisco Arroyo Martín. 2008

Para citar este artículo desde el blog:
ARROYO MARTÍN, Francisco. Historia y Medio Ambiente http://franciscoarroyo.blogspot.com/2008/07/historia-y-medio-ambiente.html
13 de julio de 2008.

domingo, 15 de junio de 2008

¿Qué pasó con Plutón?

Normalmente, la gran mayoría de la gente, cuando presenciamos algún tipo de enfrentamiento sin más implicación que la del mero espectador, nos solemos poner del lado del más débil, del más pequeño, del indefenso. Además, cuando el vencedor es el más débil, siempre recordamos ese tipo de gestas, llegando en algunos casos a convertirse en iconos culturales de muchas civilizaciones; así, ¿alguien se acordaría de quién ganó en la pelea entre David y Goliat, de haber sido este último el vencedor? A buen seguro que no.

Seguramente por esta razón, u otra parecida vete tu a saber, hace unos días me acordé de Plutón, de ese noveno planeta del Sistema Solar que hace ya unos cuantos meses dejó de serlo por decisión conciliar de astrónomos de todo el mundo juntados al efecto en Praga, en concreto el 24 de agosto de 2006 pasó a ser un objeto… ¡transneptuniano!, vamos que da vueltas más allá de Neptuno; y que ahora se denomina: el planeta enano 134340. ¡Cosa más triste, Dios!

Pues resulta que este planeta, o lo que sea ahora, fue el último que se incorporó a la lista de los que dan vueltas alrededor del Sol y conforman el conocido como Sistema Solar, ya que se sumó a ese viaje conjunto y vinculado a partir de que en 1930 le descubriera el astrónomo estadounidense Clyde William Tombaugh (1906-1997) desde el observatorio Lowell en Flagstaff, Arizona. Ya desde este momento su inclusión en el grupo de elegidos: Mercurio, Venus, Tierra, Marte, Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno fue polémica pues este planeta presentaba muchas peculiaridades respecto a los demás.

Para empezar su órbita es mucho más elíptica que la del resto; para explicarlo, la elipsis de la tierra presenta una excentricidad de 0,017 (la de una circunferencia sería 0), bien, pues la de Plutón es de 0,25. Llega a ser tan grande la elipsis que cuando se encuentra en el punto más cercano al Sol, (4.340 millones de kilómetros) está más cerca que Neptuno. Situación en la que se encuentra precisamente en estos años que por decisión de los astrónomos ha pasado a ser un “objeto transneptuniano”; y así estará durante unos cuantos años más, por lo tanto pasó a ser transneptuniano siendo cisneptuniano [ «sorpresas te da la vida, la vida te da sorpresas» ]. Pero, además, Plutón tiene la órbita mucho más inclinada que cualquiera de los planetas principales, ya que su inclinación respecto a la de la Tierra es superior a los 17 grados; por eso nunca chocará con Neptuno a pesar de que se crucen sus órbitas.

Por otro lado, no se sabía bien donde encuadrarlo. Los más cercanos: Mercurio, Venus, Tierra y Marte, son pequeños, sólidos y con poca atmósfera; los más alejados: Saturno Urano y Neptuno son grandes [gigantes se les llama], gaseosos y con grandes atmósferas. Pues bien Plutón es el más lejano y a la vez el más pequeño y el más sólido. En verdad que estaba fuera de lugar. Pero hay más singularidades, así, la mayoría de los planetas presentan giros rotacionales relativamente rápidos, entre 10 y 25 horas [hay que dejar aparte a Mercurio y a Venus que por su cercanía al Sol van lentos, lentos], pero Plutón tarda casi 153 horas (¡casi siete días!) en girar sobre sí mismo, a pesar de de que está lejos, lejos del Sol. Por último señalar la eternidad que tarda en dar una vuelta al Sol: ¡250 años!

Pero aún tiene más rarezas, pues este planetita tiene tres movimientos: de traslación alrededor del Sol, de rotación sobre sí mismo y otro más de traslación en relación a su satélite principal, Caronte; originándose un sistema planetario dual.


¿A qué responden todos estos extremos? ¿Hay alguna razón para que Plutón sea tan diferente?

Una conjetura especialmente interesante es la siguiente. Supongamos que Plutón no fuese antes un planeta, sino un satélite de Neptuno. Y supongamos también que una catástrofe cósmica de algún tipo lo sacara de su órbita y lo colocara en otra, planetaria e independiente. En ese supuesto, la naturaleza de la explosión (sí es eso lo que fue) muy bien pudo lanzarlo a una órbita inclinada, que, sin embargo, sigue trayendo a Plutón una y otra vez hacia Neptuno, que es de donde había partido.

Como satélite, sería pequeño y quizá denso, en lugar de un gigante gaseoso como los verdaderos planetas exteriores. Y, por otro lado, giraría alrededor de su eje en el mismo tiempo que tardaba en girar alrededor de Neptuno, gracias a la atracción gravitatoria de éste. (Esto es cierto en general para los satélites; y es cierto, en particular, para la Luna.) En ese caso, el período de rotación de Plutón podría muy bien ser de una semana. (El período de rotación de la Luna es de cuatro semanas.) Puede que Plutón, al ser arrancado de Neptuno, conservara su período de rotación, adquiriendo así un período muy raro para un planeta.

Pero todo esto no es más que especulación. No hay ninguna prueba sólida que Plutón fuese antes un satélite de Neptuno; y aun si lo fuese, no sabemos qué clase de catástrofe pudo haberlo arrancado de allí.

Incluso en su nombre se desajustaba. Los ocho planetas tienen nombres de dioses del Olimpo [excepto la Tierra, que si no fuera por nuestro geocentrismo deberíamos llamarla Cibeles], pero Plutón es diferente y lleva el nombre del dios del Hades, de los infiernos griegos. Parece que desde el principio se le quiso diferenciar de alguna forma.

En fin, que este Plutón no cuadraba de ninguna forma en la bien estructurada y conjuntada tropa de planetas que dan vueltas y vueltas alrededor de Sol; y por esta razón los que deciden en la UIA le sacaron del club y le relegaron a planeta enano.

Pero de todas formas, ahí sigue Plutón, orgulloso y altivo, lento en sus movimientos, desplazado de su elíptica, denso en zona de gases, alejado del astro central y, especialmente, igual de pequeño que siempre. A pesar de la UIA, Plutón sigue ahí, en el mismo sitio, acompañando al Sol en su aventura astral; eso si con el estúpido nombre de planeta enano 134340.

¡Plutón estamos contigo!

domingo, 25 de mayo de 2008

Presentación de El Zoco. La primera a la izquierda


Asociación Cultural El Zoco. La primera a la izquierda.
Correo Electrónico: elzoco.laprimeraalaizquierda@gmail.com
Dirección WEB: http://elzocolaprimeraalaizquierda.org/

El pasado día 21 de mayo tuvo lugar la presentación de la nueva asociación cultural El Zoco. La primera a izquierda. La presentación de la asociación tuvo lugar en el Salón de Grados de la Universidad Carlos III, en el campus de Leganés, que se llenó de público para la ocasión. En este mismo acto se presentó la revista cultural del mismo nombre y la página web de la asociación. Al acto asistió numeroso público e intervinieron Rafael Gómez Montoya, alcalde de Leganés, Emilio Olías Ruiz, director de la Escuela Politécnica de la Universidad Carlos III, José Castejón, concejal de Cultura del Ayuntamiento de Leganés, y Alexandra Arroyo, presidenta de El Zoco, que manifestaron su satisfacción por el nacimiento de una entidad cultural que promueva la cultura y la creación en Leganés y en la zona sur madrileña.

La Revista Cultural El Zoco. La primera a la izquierda, presenta en su número 1 un monográfico dedicado al escritor canario Benito Pérez Galdós, que citó a Leganés en muchas de sus obras. La publicación destaca por su calidad, tanto en el continente, con un diseño innovador y de un alto valor gráfico, como por el contenido, con una serie de artículos de alta calidad literaria encuadrados en varias secciones: Historia, Ciencia, Medio Ambiente, Leganés nuestra ciudad, etc. Acentuar la entrevista a Emilio Olías, Director de la Escuela Politécnica de la Universidad Carlos III, en la que destacan sus palabras de compromiso con la ciudad cuando afirma «que la Universidad debe mucho a Leganés» y con la cultura cuando señala que «la cultura es una necesidad básica para los seres humanos». También hay un saludo del alcalde y se reproduce el manifiesto fundacional de la asociación, en el que destaca el valor que El Zoco otorga a la cultura como un derecho ciudadano y cívico.

En su intervención, Rafael Gómez Montoya, destacó lo importante que es para un alcalde asistir a la creación de una asociación en su ciudad «ya que significa que el espíritu cívico y ciudadano continúa creciendo». Terminó su alocución deseando el mayor de los éxitos a la asociación y manifestando el apoyo de la institución municipal a las iniciativas que puedan surgir. En la misma línea de apoyo a la iniciativa del El Zoco fueron las palabras del Concejal de Cultura José Castejón.
Por su parte Emilio Olías, en su intervención, destacó el compromiso que la Universidad tiene con la ciudad de Leganés y con el resto de localidades donde está ubicada, señalando además que la institución debe estar abierta al tejido social de las ciudades en las que se encuentra y que en la medida de sus posibilidades apoyarán a todas la iniciativas culturares que, como había sido el caso de El Zoco, se le presenten, «porque también queremos hacer cosas por la ciudadanía», recalcó.
La presidenta de la Asociación, Alexandra Arroyo, amen de los agradecimientos a los presentes y participantes en el acto, hizo una exposición en la que desveló el proceso de formación de El Zoco, y cuáles eran los objetivos y los modelos de la asociación: «nos gustaría llegar a ser como el Círculo de Bellas Artes, ¿y porqué no?». También destacó que el mayor capital con el que contaba la asociación era la valía de sus miembros y la ilusión con la que habían comenzado lo que la presidenta definió como una «aventura apasionante». Por último, invitó a todo aquel que quisiera a formar parte de esa aventura a que colaborara con la asociación en la manera que le fuera posible.

En la misma línea, también se presentó la página web, herramienta que la asociación quiere que se convierta en un instrumento de comunicación bidireccional entre la entidad y el resto del mundo asociativo, cultural y creativo de la zona.

El acto estuvo amenizado por la Orquesta — Ensemble de Guitarras de la Universidad Autónoma de Madrid, que interpretó varias obras musicales de varios géneros; y contó, además, con la participación de la actriz Isabel Arcos, que además es presidenta de la Asociación Yeguas, mujeres por el Arte

La presidenta de El Zoco. La primera a la izquierda, Alexandra Arroyo, destacó al finalizar el acto a los medios de comunicación presentes "la elevada afluencia de público que ha acudido a la presentación y el hecho de que hubieran sido tantas las asociaciones de Leganés las que han querido compartir con nosotros este momento. Esto va a representar un renovado impulso, más si cabe, para trabajar por la cultura y por nuestras ciudades" También declaró "que la revista cultural El Zoco, que hoy presentamos, tiene la intención de mantenerse en el tiempo y de convertirse en un referente de la vida cultural y social de Leganés y del resto de la zona sur de Madrid".

martes, 8 de abril de 2008

Ataques caníbales por bandoleros en 1617 en Sierra Morena

Ataques caníbales por bandoleros en 1617 en Sierra Morena
Por Francisco Arroyo

Seguro que todos tenemos la imagen, un tanto infantil, del misionero blanquito metido dentro de una gran marmita que, conjuntamente a una gran variedad de verduras, se cuece para ser devorado por negritos impacientes tocados con huesos en la cabeza o en las narices. Siempre esta imagen nos traslada a lugares lejanos y un tanto exóticos,… Pero que pensaríais si os dijera que en el siglo XVII, en Sierra Morena se produjo un acto de canibalismo que acabó con los antropófagos en la hoguera. Era la Sierra Morena un lugar plagadito de bandidos y salteadores, costumbre que se siguió hasta bien entrado el siglo XIX, que amparándose en las oquedades de las peñas y en las frondosidades de las arboledas cometían un sinfín de asaltos y atropellos a los desafortunados viajeros que con ellos se topaban. En muchos casos los asaltos acababan en asesinatos, pero lo más frecuente era que los bandoleros les robaran todos los objetos de valor y en la caso de ser personas principales pidieran algún tipo de rescate, aunque esto no era muy habitual por el riesgo que se corría en el momento de cobrarlo. Contra esta plaga los cuadrilleros de la Santa Hermandad, los guindillas, pululaban por estos riscos para garantizar en lo posible el libre tránsito de las personas; la verdad es que con poco éxito. Esta situación se reflejada bastante fielmente en los capítulos que don Quijote se adentra en estas montañas.

Pues bien, en 1617 tuvo lugar un caso que espantó y sobrecogió a toda la sociedad castellana. Un fraile franciscano que había partido de Sevilla con dirección Madrid, fue retenido en su camino por una banda de salteadores de raza gitana. Hacía el camino a pie y se había parado a beber un poco de agua cuando le acosaron, y a pesar de que intentó huir, apenas unos metros pudo alejarse antes de ser preso. Le pidieron el dinero, que al parecer no tenía, le pidieron joyas que tampoco tenía, le pidieron ropas y sólo el sayal franciscano llevaba; en definitiva nada pudo saciar las pretensiones de aquellos bandidos, a pesar de que el fraile rogó e imploró con suaves, divinas y acertadas razones. Con una crueldad tremenda y sin atender a sus lamentos le desnudan y le matan. En romance, un autor anónimo contaba de esta forma lo que siguió:

Desnudan al frayle pobre

y, sacándole las tripas,

hazen pedaços su cuerpo

como fieros trogloditas.

Y entre los fieros gitanos,

dos dellos se determinan

a comer su cuerpo asado

¡Qué lastimosa comida!

Cortan leña, encienden lumbre

y espetan carne apriesa;

en asadores de palo

asan con grande alegría.

Antojose a una gitana

comer del frayle cozida

la cabeça, y al momento

la ponen a coçer limpia.

Se preparó una gran batida para limpiar los jarales, montes y ventas, pero la mayoría de los forajidos escaparon a las manos de la justicia. De los pocos que fueron apresados, se encontraban algunos de los integrantes de la partida caníbal. Como una práctica procesal más, fueron sometidos al tormento como método de prueba; en el potro fueron muchos los desmanes que confesaron, y entre ellos:

Confesaron lo del frayle

del modo que atrás se cuenta,

que dio lástima a las almas

y sentimiento a las piedras.

De este crimen tan salvaje se dio noticia a la Corte de Felipe III, que quiso en estas personas dar un gran escarmiento público y se ordeno su traslado a Madrid para que se viera su causa por el Consejo de Castilla, que era el tribunal más importante del reino. El juicio duró apenas cinco horas:

Y viendo aquellos señores

tal maldad, tal insolencia

y que a comer carne humana

con tal livertad se atrevían.

De su rigor espantados,

por justíssima sentencia

a quemarles condenaron

porque escarmienten y teman.

Ajusticiados en la hoguera acabaron sus días aquellos crueles criminales el 11 de noviembre de 1617, en auto público efectuado en la plaza Mayor de Madrid; a buen seguro que el hecho de ser gitanos nos le ayudo mucho

A pesar de que en estos días ya estamos curado de todo espanto gracias al cine en general y a la saga de “El silencio de los corderos” en particular, no deja de sorprender que una sociedad como la barroca capaz de generar artistas y pensadores de la talla de Rubens, Velázquez, Cervantes, Quevedo, Descartes,…pudiera convivir con semejantes episodio de violencia: horrendos asesinatos, torturas, racismo, crueles penas de muerte. De todas formas cuando estaba escribiendo esto pensaba en la estación de Atocha, en la base americana de Guantánamo, en la plaza de Tiananmen; la verdad es que no hemos avanzado mucho en 300 años.

La relación de este episodio está publicada en: ANÓNIMO. Relación verdadera de las crueldades y robos grandes que hazían en Sierra Morena…Barcelona. Estevan libreros. 1618. Editada modernamente por: SIMÓN DÍAZ, José. Relaciones de actos públicos celebrados en Madrid (1541-1650). Madrid, Instituto de Estudios Madrileños. 1982.

[Sobre canibalismo en la España del siglo XVII hay otro episodio interesante en 1641, en el sitio de Tarragona, cuando las tropas fieles a Felipe IV fueron sitiadas en esa ciudad por el ejército franco-catalán en la guerra de secesión catalana de 1640. Pero lo contaremos otro día]

© Francisco Arroyo Martín. 2008

Publicado en el blog El rincón de Pumuki en agosto del 2007

domingo, 23 de marzo de 2008

Emigrantes franceses en el Madrid del XVII

Emigrantes franceses en el Madrid del XVII
Por Francisco Arroyo

El 21 de marzo se celebró el Día Internacional contra el Racismo y la Xenofobia, este día tiene una especial trascendencia en nuestro país ya que buena parte de la población es extranjera y viene de lugares más allá de las fronteras. Incluso todos asistimos hace unos pocos días al intento del partido de la derecha de arañar votos desesperadamente a través de propuestas destinadas a endurecer las condiciones de vida de esta población.

Pero la consideración que algunos tienen de los inmigrantes como un problema no es algo exclusivo de nuestros días, ni tampoco es la primera vez que nuestro país es un foco de atracción para gentes nacidas en otros lugares y que vienen aquí atraídas por la posibilidad de mejorar las condiciones vitales que tenían en sus naciones de origen. Y uno de esos periodos fueron los años del siglo conocido como de Oro en nuestra historia.

Efectivamente, durante el siglo XVII, a pesar de los evidentes signos de decadencia respecto al pasado esplendor del XVI, los reinos que conformaban la monarquía católica eran un polo de atracción de las gentes más humildes de allá de los Pirineos. Los emigrantes eran de muchos lugares europeos, además hay que tener en cuenta que se consideraba extranjero a todo aquel nacido fuera del reino en cuestión (así un aragonés era extranjero en Castilla y viceversa); pero el grupo más numeroso eran los franceses. Y, lo que es más significativo, estos franceses acudían prácticamente por las mismas causas: fundamentalmente por la superpoblación y la pobreza en los lugares de origen; y la demanda de mano de obra para los trabajos más humildes y los altos salarios en el destino. En general, igual que ahora, pero con una diferencia fundamental, que en vez de venir de África o América venían de Europa, de Francia más concretamente. Pero lo más significativo es que la reacción contra estos emigrantes era muy similar a la actual: se les acusaba de llevarse la riqueza del país a sus aldeas y de no integrarse en la sociedad castellana de la época. Las autoridades, por su parte, intentaban ejercer un control efectivo sobre ellos y cobrar los impuestos y gabelas, además de someterlos a frecuentes confiscaciones cuando se iniciaba alguna guerra entre ambos reinos, lo que pasó con Francia en varias ocasiones a lo largo del siglo.

En el presente artículo se hace un análisis de los franceses que pulularon en el Madrid del siglo XVII, qué trabajos tenían, de qué regiones francesas provenían, a qué edad solían venir y volverse y de qué caían enfermos; ya que la principal fuente de información es el análisis del libro de ingresos del Hospital madrileño de San Luis de los Franceses que estaba entonces en la calle Jacometrezo esquina con la de Tres Cruces, en la parte ocupada por la actual Gran Vía, y dependía de la embajada de Francia. Este hospital fue fundado en 1613 por Enrique de Salvreux, capellán de Felipe III; si bien las dificultades que otras instituciones religiosas pusieron a esta fundación sólo pudieron superarse gracias a la intervención de la joven princesa de Asturias de entonces, Isabel de Borbón, mujer del futuro Felipe IV, y una de las tres reinas francesas que habría en este siglo XVII en España (curiosamente el mismo número de las guerras declaradas entre ambos reinos).

El artículo fue publicado hace unos años en la revista “Torre de Lujanes” y como es un poco extenso reproduzco algunos de los primeros párrafos y si estuvieras interesado incluyo un enlace para que te lo descargues completo si te place.

(...) Fue determinante en esta emigración francesa la situación demográfica de ambos países. Francia presentaba en el siglo XVII un excedente de población, era el país más poblado de Europa con diferencia, poseía entre 18 y 20 millones de habitantes. Por contra el carácter endémico de la población española se agravó aún más tras las pestes de finales del siglo XVI y la expulsión de los moriscos entre 1609 y 1611. Esto originó una demanda de mano de obra, que en gran parte fue atendida por la emigración francesa; gracias a las posibilidades que existían para trabajar en España tanto para trabajadores especializados, comerciantes y para el personal no cualificado, en los oficios considerados “viles” por los españoles.

Una viuda de Sevilla, madre de dos hijas, decide cambiar de residencia y consulta a una amiga anciana, que la dice:

“Granada y Córdoua, no niego que son buenas ciudades… más en comparación de Madrid, Corte del Español Monarca, cada una destas ciudades es una aldea, ¿qué digo aldea? Un solitario cortijo. Es Madrid un maremagno donde todo baxel nauega, desde el más poderoso galeón, hasta el más humilde y pequeño esquife, es el refugio de todo peregrino viviente, el amparo de todos los que la buscan, su grandeza anima a viuir en ella, su trato hechiza, y su confusión alegra ¿A qué humilde sugueto no engrandece, y muda de condición, para aspirar a mayor parte? ¿Qué linaje obscuro y baxo no se bautizó con nuevo apellido para passar plaça de noble? Finalmente, Teodora, la Corte es el lugar de los milagros, y el centro de las transformaciones”

Esta cita de Alonso del Castillo, cargada de fina ironía, refleja bien la idea que de Madrid tenían sus contemporáneos. Desde que se constituyó en sede de la Corte con Felipe II, y en especial desde el asentamiento definitivo con Felipe III; Madrid se convirtió en un lugar de acogida de población.


Si quieres seguir leyendo sobre el tema y conocer a grandes rasgos cómo fue esta ola de inmigración francesa a España, puedes bajarte el artículo Apuntes sobre la emigración francesa en el Madrid del siglo XVII completo en PDF; o haciendo clik en el siguiente enlace:



¡Espero que te guste!

© Francisco Arroyo Martín. 2008

Para citar este artículo desde el blog:
ARROYO MARTÍN, Francisco. Apuntes sobre la emigración franceses en el Madrid del siglo XVII
http://franciscoarroyo.blogspot.com/2008/03/emigrantes-franceses-en-el-madrid-del.html
23 de marzo de 2008.

sábado, 8 de marzo de 2008

¡Estremecedor!

Declaraciones de Sandra Carrasco, de 19 años, hija del compañero Isaías asesinado por los criminales etarras en su último acto de brutalidad:
"Quiero agradecer de corazón el apoyo del pueblo de Arrasate; el cariño, apoyo y calor que está mostrando la gente anónima con mi madre y mis hermanos. Quiero agradecer el apoyo de los socialistas. Mi padre murió por defender la libertad, la democracia y las ideas socialistas. Era un hombre valiente que ha dado la cara y los que lo han matado son unos cobardes. Unos cobardes sin cojones. Pero sobre todo pido un cosa: y es que el asesinato de mi padre no sea manipulado por nadie. Eso no lo vamos a tolerar. Yo, mi madre, todos iremos a votar. Los que quieran solidarizarse con nuestro dolor, que acudan masivamente a votar el domingo. Para decir a los terroristas que no vamos a dar ni un solo paso atrás. Son unos hijos de puta"

Compañero Isaías: siempre en nuestro recuerdo.

Recogidas de El País

miércoles, 27 de febrero de 2008

¿Justicia para los templarios?

¿Justicia para los templarios?
Por Francisco Arroyo

Hace ya algunas semanas se publicó en distintos medios de comunicación [ver artículo de El País] que la Iglesia Católica había hecho justicia a los templarios al hacer público un documento inédito en el cual se produce la absolución de los templarios. Personalmente creo que en absoluto la edición de este manuscrito puede significar lo que se dice, ya que el documento en cuestión, el pergamino de Chinon, no llegó nunca a publicarse oficialmente. Se trata de una declaración necesaria para llegar a una solución de compromiso que en los primeros momentos del proceso intento buscar el papa Clemente V. La solución de compromiso que se buscaba era que se fundiera la Orden del Temple con la del Hospital de San Juan de Jerusalén; lo que no se produjo al optar por la disolución de la Orden; por lo tanto, el documento no se publicó y en consecuencia no tiene ningún valor en el derecho canónico. Se trata de un original de gran importancia histórica que muestran las vacilaciones y dudas que siempre existieron en el proceso que se llevó contra los templarios, pero que en ningún momento significa que se haga justicia con esta Orden, ya que las bulas papales condenatorias son las que muestran cual fue el comportamiento de la Iglesia, o mejor dicho del papa del momento, que no fue otro que dar cobertura legal al rey de Francia, Felipe IV, en su interés de eliminar la Orden y hacerse con sus bienes en beneficio propio. Y este papel lo jugó la Iglesia de forma indignante y vergonzante, ya que sabían desde el principio que las acusaciones de herejía eran supercherías interesadas. Lo que se demuestra con tan sólo comprobar que en el proceso sólo se dieron sentencias de culpabilidad en Francia y en los reinos situados bajo su influencia, mientras que en el resto (Castilla, Aragón, Inglaterra, etc.) todas fueron absolutorias.

La abundante documentación existente sobre el proceso contra los templarios ya permitía afirmar que la disolución de la Orden se dio bajo pruebas falsas e inconsistentes y a sabiendas de que era manifiestamente injusta. Bien, lo que asombra es que esa noticia salte a los medios como novedad, ya que todo el proceso que la Iglesia siguió contra la orden, Processus contra Templarios, está, y estaba, perfectamente localizado, estudiado y analizado por los especialistas y profusamente manipulado, malinterpretado y trastrocado por la cohorte ingente de seudoescritores, seudohistoriadores, seudointelectuales, seudoteólogos y seudofilósofos que han montado un circo con este asunto de los templarios y que si algo les une es su caradura y poca catadura moral a la hora de utilizar las fuentes históricas, cuando las utilizan ya que en las más de las ocasiones simplemente se las inventan

Bueno, para empezar por el principio.

La Orden del Temple se fundó en Jerusalén el 14 de enero de 1120 [si bien existen autores que la datan un año antes] por Hugo de Payns y ocho compañeros más que realizaron los votos religiosos de vivir conforme a la regla benedictina. La novedad de esta Orden religiosa fue que, al imponerse como objetivos fundacionales la defensa de los Santos Lugares de Palestina y garantizar la seguridad y libertad de los peregrinos cristianos que acudían a Jerusalén y demás centros de peregrinación, se obligaban al empleo de la fuerza y de las armas, ya que en esos momentos lograr esos fines no era posible sin la violencia y la guerra. Esta circunstancia generó la figura del monje soldado, dando lugar a la milicia cristiana de la que participarían caballeros cristianos que profesarían en la Orden, por un lado, la vida monástica y, por otro, la guerrera; así nacieron los milites Christi.

Como cualquier novedad, ésta generó fuertes polémicas en los diferentes estamentos eclesiásticos y políticos de la Europa del siglo XII, y no fue hasta el decidido apoyo de Bernardo de Claraval [quien con el paso de los años se convertirá en San Bernardo] a la nueva Orden del Temple y a su primer maestre Hugo de Payns cuando se vencieron las mayores reticencias. Uno de los principales argumentos fue que la propiedad de Jerusalén pertenecía al mismo Jesucristo ya que la ganó derramando su propia sangre; y que la defensa del Santo Sepulcro y demás lugares no debía correr por cuenta de soldados de aventura, mercenarios ávidos de riquezas y de glorias mundanas, sino por verdaderos "soldados de Cristo" que, guiados por la Fe y con absoluto desinterés, pudieran mantener para el cristianismo la Tierra en la que Jesucristo vivió, murió y resucitó. Y estos no eran otros que los templarios. [...]

Si quieres seguir leyendo sobre el tema y conocer a grandes rasgos cómo fue el proceso y las diferentes reacciones que hubo en Francia y los reinos ibéricos en relación a la Orden del Temple, puedes bajarte el artículo ¿Justicia contra los templarios? completo en PDF; o haciendo clik en el siguiente enlace:



¡Espero que te guste!

© Francisco Arroyo Martín. 2008

Para citar este artículo desde el blog:
ARROYO MARTÍN, Francisco. ¿Justicia contra los templarios?
http://franciscoarroyo.blogspot.com/2008/02/justicia-contra-los-templarios.html
27 de febrero de 2008.

domingo, 27 de enero de 2008

Pena de muerte en el siglo XVII

Pena de muerte en el siglo XVII
Por Francisco Arroyo

Muchos eran los delitos que estaban penados con la muerte en el siglo XVII, algunos verdaderamente triviales para el estándar del pensamiento actual, pero en esos años la vida humana parecía tener una cotización claramente a la baja, sin ir más lejos la homosexualidad podía llevar a los infelices amantes a la horca sin apenas posibilidades de remisión. De todas formas, para los ojos de la justicia, que entonces no era ciega, a lo sumo tenía una ligera catarata, no sólo importaba el delito, sino que se ponderaba también al delincuente; así para que un noble fuera condenado a muerte su falta tenía que haberse cometido contra el rey, contra otro noble o que fuera de tal tamaño, crueldad o saña, que fuera imposible de parar una revuelta social ante otra pena menor.

Tampoco existía una misma forma de ejecutar; los sistemas variaban en función de los orígenes sociales de los condenados al que se añadía la variante de la tipología del delito; también se aplicaban atenuantes y agravantes en la forma de morir en función de la gravedad del delito y de la alarma social que se hubiera generado.

Generalmente, los nobles solían morir degollados ya que se consideraba una muerte más digna, entre otras cosas, porque al tratarse de una muerte rápida apenas generaba sufrimiento en el momento de la agonía del condenado. Pero el sistema más extendido y usual era la horca; dentro de las variaciones locales, lo normal era un estructura tremendamente simple, como la muerte: un cadalso de madera al que se accedía por una pequeña escalinata, tres tableros de los que pendía un fuerte cordel, que algunas veces era de cuero en vez de pita, y un entarimado desde el cual el reo se precipitaría al vacío y comenzaría su trágico y fatal baile con la muerte.

Si el delito era juzgado por el tribunal religioso de la Inquisición, lo normal era que los condenados fueran quemados vivos en hogueras. Esos condenados lo eran por realizar prácticas heréticas; mayormente eran criptojudios o seguidores de las distintas ramas protestantes, si bien el elenco de posibles delitos era amplísimo. A diferencia de lo que pasó en la mayor parte de países europeos, donde la brujería, el satanismo y demás prácticas que hoy definiríamos como exotéricas, produjeron una infinidad de condenados a muerte por los tribunales religiosos, tanto en los católicos como en los de las distintas iglesias reformadas, destacando el especial encono de los calvinistas, en España fueron relativamente pocos los condenados por estas prácticas que en la mayoría de los casos acaban con penas de rango inferior: azotes, escarnios públicos, mutilaciones de orejas,…

Hay que señalar que oficialmente la Inquisición no condenaba a muerte, ya que lo prohíbe taxativamente el quinto mandamiento de la Iglesia Católica; la engañifa jurídica consistía en que el tribunal eclesiástico “relajaba” a los condenados al “brazo secular” para que fueran los tribunales civiles quienes decretaran la pena capital.

Dado que el supuesto fin de las condenas de la Inquisición era la redención pública de los pecados y se buscaba con ello el ejemplo moralizante y reparador del castigo y del arrepentimiento, las ejecuciones se revestían de una gran parafernalia, boato y aparato escénico; eran los que se conocían como “Autos de Fe”, en los cuales se leían los delitos cometidos y las condenas impuestas y se imploraba la misericordia divina para el perdón de los pecados. En este orden de cosas, si lo condenados mostraban sincero arrepentimiento, en una muestra de pretendida clemencia eran degollados antes de prender la hoguera; los que persistían en sus creencias o en su inocencia, irremediablemente ardían entre tremendos alaridos de dolor; pero también podía darse el caso de que los condenados hubieran fallecido antes de la ejecución, bien por muerte natural o por el castigo sufrido en el tormento, o que hubieran logrado fugarse [caso raro por cierto] o juzgados en su ausencia, en estos casos se quemaban sus esfinges en forma de muñecos de madera, paja trapos y cera; incluso en algunos casos se llegó a quemar a cadáveres exhumados de sus tumbas.

Por último, estaba el descuartizamiento del penado. El sistema consistía en atar cada uno de los brazos y piernas del infortunado a un animal de tiro, caballo o mulo; después se picaba a cada uno en direcciones contrarias hasta que los miembros se iban desencajando y desprendiendo del cuerpo.

Para mayor escarnio y a modo de advertencia pública, los despojos humanos se mostraban durante varios días en la picota, donde los pájaros y otros animales daban cuenta de ellos. Muerte atroz y violentísima que se reservaba para los condenados en delitos de “lesa majestad”, lo que por suerte era poco habitual.

En muchos casos la pena de muerte se conmutaba por lo que se conocía como “muerte en vida”, se trataba en enviar al penado a servir a las galeras del rey. La muerte en el cadalso se solía cambiar por veinte años atado a la bancada de un remo, tiempo de redención que dudo que alguien haya alcanzado jamás, ya que lo normal era que los condenados duraran apenas media docena de años. Para los que conseguían superar la decena de años existían cofradías y hermandades religiosas que instaban a su perdón y liberación, lo que solían conseguir ya que se consideraba que si habían superado tan tremendo castigo durante tanto tiempo sólo podía deberse a la intercesión divina.

De todas formas la conmutación de la pena capital a veces conseguía efectos tremendamente perniciosos para el infortunado reo. Como ejemplo os contaré un espeluznante caso que ocurrió en Madrid allá por los primeros años de este siglo cuando tres jóvenes, dos hombres y una mujer, fueron condenados a muerte. El caso es que la mujer era menor de edad ya que apenas frisaba los dieciséis años, y el tribunal en un acto de clemencia le permutó la pena capital por otro castigo inferior; en concreto que se le dieran doscientos latigazos, se le cortaran las orejas y por último se le colgara de los cabellos en plaza pública. El castigo se aplicó con el rigor y minuciosidad que acostumbraban los tribunales castellanos de la época, a causa del cual, la desgraciada muchacha murió dos días después por la gravedad de las heridas que sufrió en su suplicio. En este caso si puede decirse que fue peor el remedio que la enfermedad.

Pero lo peor no es recordar el pasado, lo peor es constatar que en multitud de países de hoy en día aún se sigue practicando la pena de muerte como pretendido remedio del delito y con ejecuciones tan atroces y crueles que en nada tienen que envidiar a las comentadas. Sirva este relato para contribuir en la medida que sea a eliminar esta lacra de las sociedades humanas. Y por esto quiero recomendaros la lectura de un artículo titulado Un reo de muerte que Mariano José de Larra publicó en El Mensajero allá por el 1835; en el cual, ya entonces, clamaba en contra de «este hábito de la pena de muerte, reglamentada y judicialmente llevada a cabo en los pueblos modernos con un abuso inexplicable, supuesto que la sociedad al aplicarla no hace más que suprimir de su mismo cuerpo uno de sus miembros».

[Quiero agradecer a Alicia Lindell que nos hay recordado a este autor en un reciente comentario publicado en el rincón de Pumuki; lo que me ha permitido releer algunos de sus artículos: la verdad es que hoy el blog de Larra no tendría precio]


Por último si queréis indignaros un poco con la vista de países que aún mantienen vigente este atroz castigo podéis visitar esta dirección:
http://www.es.amnesty.org/temas/pena-de-muerte/pagina/miles-de-personas-condenadas/

© Francisco Arroyo Martín. 2008

Para citar este artículo desde el blog:
ARROYO MARTÍN, Francisco. Pena de muerte en el siglo XVII.
http://franciscoarroyo.blogspot.com/2008/01/pena-de-muerte-en-el-siglo-xvii.html
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27 de enero de 2008.