Por Francisco Arroyo
Criar un hijo en el siglo XVII no era ni de lejos una tarea fácil: la mortalidad infantil era muy elevada y superar los dos o tres años de edad era una verdadera prueba de supervivencia. De esta triste realidad no escapaban ni los príncipes; destacando en este aspecto Felipe IV que tuvo once hijos legítimos* con dos esposas [con la primera, Isabel de Borbón, contrajo matrimonio a la tierna edad de ¡siete añitos!, y la novia nueve; si bien no lo consumaron hasta cinco años después, con la llegada de la pubertad... Pero, volvamos al tema central]. Bueno, pues el caso es que de los legítimos sólo llegó a la edad adulta el que fuera su sucesor, el infortunado Carlos II; Baltasar Carlos se malogró con diecisiete años; Felipe Próspero apenas duro cuatro; María Eugenia no llegó a los dos; y los siete restantes murieron todos con menos de un año de vida.
Ante esta situación, y dada la importancia de los vástagos reales para la propia pervivencia de la monarquía, era lógico que se extremaran los cuidados y atenciones hacia los jóvenes infantes; y uno de los aspectos de mayor consideración era la elección de adecuadas y suficientes amas de cría para garantizar sobrado alimento a los lactantes. Las nodrizas y amas de cría nunca gozaron de buena fama; su consideración social corría paralela a la mala imagen que se tenían de las madres que no amamantaban a sus hijos. Pero en las Cortes de los reyes castellanos era habitual su presencia al menos desde el siglo XII, llegando incluso a regularse los criterios de selección de las nodrizas en el cuerpo constitucional castellano: nada menos que en las mismísimas Partidas; así, en la segunda partida, en la ley tercera del capítulo VII, se recogen las características que debían tener estas amas de cría. En primer lugar se establece un criterio de salubridad; así, por un lado, debían estar "sanas, hermosas y con leche asaz"; por otro lado se establecían prohibiciones étnicas-religiosas ya que las nodrizas debían ser de "casta pura", lo que significaba que no podían ser judías ni musulmanes, ni siquiera ser descendientes; y, por último, consideraciones morales, ya que tenían que ser de "buenas costumbres y no sañudas".
Hoy podríamos entender la primera observación, pero las dos últimas sólo se alcanzan a comprender bajo la creencia de que la leche era transportadora de valores espirituales y de carácter, y una mala elección podría contaminar las cualidades y virtudes del linaje familiar transmitido por el fluido esencial: la sangre. Por esta razón, dentro de palacio, la elección de nodrizas se hacía con el máximo esmero y cuidado, llegándose incluso a formar juntas de médicos y fisonomistas para seleccionar a las mujeres más propicias. Además, se procuraba que hubiera una gran cantidad de ellas dispuestas en todo momento; por seguir con el citado Carlos II, señalar que fue amamantado por... ¡31 nodrizas!, y contaba, además, con otras 62 de repuesto**; si bien hay que considerar que este caso siempre fue de particular consideración, ya que se trataba del único y último hijo varón que le quedaba a Felipe IV, y todo esfuerzo, por grande que fuera, siempre sería poco si se fracasaba en el objetivo de mantener la línea dinástica.
Estas mujeres, durante el tiempo que prestaban sus servicios, gozaban de una protección legal específica, y en particular, cualquier agresión de tipo sexual podía ser calificada como traición porque podría afectar a su labor amamantadora, y el agresor, entonces, padecer todo el rigor de la justicia castellana de entonces, que era mucho. Durante el tiempo que estaban empleadas en las labores de cría, estas mujeres recibían un salario de las arcas reales; y una vez acabada su función y si su trabajo había sido satisfactorio solían verse premiadas con pensiones o empleos concejiles para sus maridos o hijos, si bien esto no pasaba en todos los casos. También conviene señalar que son abundantes las nodrizas que aparecen en las relaciones de los domésticos de Palacio de los distintos Austrias que llevan aparejado el “doña” a su nombre, todo un signo de que también se buscaban estas amas de cría en los sectores sociales de mayor raigambre social. La mayoría de estas mujeres no mantenían una relación continuada con sus "hijos de leche", y lo habitual era que abandonaran el servicio en palacio una vez terminada su labor, pero en algunos casos que permanecieron en la Corte pudieron ejercer una influencia sentimental sobre los miembros de la familia real nada desdeñable; así, es conocido el caso de doña Ana de Guevara, que fue nodriza de Felipe IV, y el importante papel que jugó en las intrigas que precipitaron la caída, en 1643, del en otro tiempo todopoderoso conde duque de Olivares, pero no fue lo normal.
Evidentemente nodrizas había en todas las casas con lactantes en la cual la madre no pudiera darles el pecho, y donde no podían faltar era en los hospicios y expósitos que entonces eran muchos. Estos locales, generalmente gestionados por ordenes religiosas, a la hora de seleccionar a las mujeres exigían lo mismo que el rey: salud, buenas costumbres y fe en Dios, pero se diferenciaban en el sueldo, apenas una decena de maravedíes al día, lo que equivalía a media docena de huevos, si bien se podía cambiar el salario por el pago en especie de comida y ropa si prestaban sus servicios de forma interna y continuada en la institución.
Por último señalar que la prohibición de amamantar a niños por amas de cría de otra fe religiosa no era exclusiva de los católicos, pues similares vetos existían en las religiones judías y mahometanas; que en la intolerancia, como en otras muchas cosas, se diferencian poco una de las otras.
En los siglos XVIII y XIX, en las Cortes borbónicas [y en las inclusas, ya que en ambos sitios se seguía practicando una selección similar] la elección de las nodrizas era ya toda una especialidad y los criterios de idoneidad estaban ya muy definidos y reglamentados:
1. Tener una edad entre diecinueve a veintiséis años
2. Complexión robusta y buena conducta moral
3. Estar criando el segundo o tercer hijo; es decir haber tenido al menos dos partos
4. Leche, no más de noventa días
5. No haber criado hijos ajenos
6. Estar vacunada
7. Ni ella ni su marido, ni familiares de ambos, habrán padecido enfermedades de la piel
8. Será circunstancia preferente que la ocupación de su marido sea la del cultivo del campo
Durante este siglo también se especializó el origen de las amas de cría, destacando en particular por su número las mujeres cántabras del valle del Pas. Como la mujer de la imagen, Francisca Ramón González, natural de Peñacastillo, que fue ama de cría de la reina Isabel II y tuvo el honor de verse retratada por Vicente López.
© Francisco Arroyo Martín. 2008
Para citar este artículo desde el blog:
ARROYO MARTÍN, Francisco. Las nodrizas en la Corte de los Austrias.
http://franciscoarroyo.blogspot.com/2008/01/las-nodrizas-en-la-corte-de-los.html.
4 de enero de 2008.
Referencias de la imagen:
Francisca Ramón, Nodriza de Isabel II. 1830. Palacio Real de Madrid. Vicente López
* Y nada menos que, según se decía en los mentideros de entonces, unos cuarenta naturales, de los cuales sólo reconoció a Juan José de Austria
** Las “titulares” se dedicaban de forma exclusiva a los infantes, y a la vez sus hijos eran amantados por las nodrizas de “reserva” conjuntamente con los suyos propios.
1 comentario:
Otra vez nos sorprendes con un tema tan curioso como este. Felicidades, me ha gustado mucho.
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