domingo, 10 de mayo de 2009

La bandera europea es un símbolo mariano basado en una visión del Apocalipsis

A pesar del teórico laicismo de la Unión Europea parece ser que la bandera que representa a esta institución (y con la cual todos nos identificamos, dicho sea de paso) tiene un profundo simbolismo religioso, en concreto católico y mariano.

Ayer, 9 de mayo se celebró el día de Europa. Y como tal la bandera azul estrellada ondeó en todos los sitios oficiales de la Unión Europea y de muchas instituciones más en su homenaje. Pero lo que pocos saben es el sentido católico de esta divisa.

Originalmente esta bandera era el emblema del Consejo de Europa, que era un organismo diferente al embrión de la actual Unión Europea (la Comunidad Europea del Carbón y del Acero) y que entre sus objetivos tenían la defensa de los Derechos Humanos y la promoción de la cultura europea.

En 1955 el francés Arsène Heitz ganó un concurso de ideas para elegir bandera del citado Consejo de Europa con el diseño que conocemos: rectángulo azul en el que se insertan doce estrellas amarillas de cinco puntos equidistantes. Esta bandera fue aprobada por el comité ministerial el 8 de diciembre de ese año; curiosamente el día que los católicos celebra la Inmaculada Concepción de María [Patrona de España también y uno de los pilares del puente más largo del año]

Posteriormente la bandera fue adoptada como enseña del Parlamento Europeo en 1983, y en 1985 fue adoptada por los Jefes de Estado y Gobierno miembros como emblema oficial de las entonces Comunidades Europeas. Finalmente en 1992 pasó a ser la bandera de la actual Unión Europea.

La página oficial de la Unión Europea da a la bandera un valor laico e integrador:

Es el símbolo no sólo de la Unión Europea sino también de la unidad e identidad de Europa en un sentido más amplio. El círculo de estrellas doradas representa la solidaridad y la armonía entre los pueblos de Europa.

El número de estrellas no tiene nada que ver con el número de Estados miembros. Hay doce estrellas porque el número doce es tradicionalmente el símbolo de la perfección, lo completo y la unidad. Por lo tanto la bandera no cambia con las ampliaciones de la UE.

También dicen en esta página que el doce es un número simbólico que representa la integridad y que el círculo representa la unidad. Pero simbologías del 12 hay las que queramos: meses, horas, zodiaco, vueltas que da la luna a la tierra, apóstoles de Jesús, hijos de Jacob y tribus de Israel, dioses del Olimpo, Vía Crucis, las tablas de la ley romana, los mandamientos cristianos, los trabajos de Hércules, … vamos, para no parar. [Alguna aclaración de estas docenas en la respuesta a un comentario de Guayarmina, a quien le agradezco mucho su aportación]

Bueno, pues también las doce estrellas doradas es la representación tradicional de María como Reina del Cielo. Pero en esta caso no estamos especulando con el posible significado, pues según confesión de Arsène Heitz, autor de la enseña: “inspirado por Dios, tuve la idea de hacer una bandera azul sobre la que destacaban las doce estrellas de la Inmaculada Concepción de Rue du Bac; de modo que la bandera europea es la bandera de la madre de Jesús que apareció en el cielo coronada de doce estrellas

Efectivamente Heitz declaró en la revista “Lourdes magazine” en julio de 2004, haberse inspirado en un pasaje del Libro del Apocalipsis, capítulo 12, donde “…una mujer vestida del sol, con la luna bajo sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce estrellas…” que va a dar a luz un hijo “…que regirá con vara de hierro a todas las naciones…” se enfrenta a un dragón. Así como, también afirmó haber basado su diseño en la corona duodecastelada (de doce estrellas) sobre fondo azul de la Medalla Milagrosa basada en las visiones de Catherine Labouré en la iglesia parisina de la Rue du Bac y en la que reza “conçue sans péché” (concebido sin pecado), lema de lo que posteriormente sería el dogma de la Inmaculada Concepción; ya he señalado que el día que se celebra este dogma se aprobó oficialmente la bandera.

Además, el 11 de diciembre de 1955, tres días después de la aprobación de la bandera el propio Consejo de Europa inauguró un vitral en la catedral de Estrasburgo en honor a la Virgen coronada con la “Corona Stellarum Duodecim” o corona de doce estrellas.

Hace un tiempo asistimos al debate sobre si la Constitución Europea debía incluir alguna referencia a las “raíces cristianas” de nuestro continente; pero en este debate nadie sacó a colación que ya contábamos con un emblema claramente cristiano y, a más a más, católico. Ni siquiera el papa Juan Pablo II mencionó este hecho cuando intervino en esa polémica, ni mencionó que Europa es un continente consagrado a María desde los tiempos de Clemente V (siglo XIV). Cuesta creer que esto se debiera a un olvido y muchos menos a ignorancia; ¿optaron los católicos por mantener esta “consagración” de forma oculta tras la simbología de la bandera? ¿De haber conocido este simbolismo, la reacción hubiera sido la misma? Esclarecedor es el caso del francés Jean-Baptiste Nicolas Robert Schuman, al que se le considera como uno de los “padres de Europa” en referencia a su determinante participación en la creación de las Comunidades Europeas y que actualmente se encuentra en proceso de beatificación.

Para los agnósticos es tremendamente perturbador, pero qué deciros de los protestantes que rechazan el culto a María por considerarlo contrario al párrafo del Éxodo que dice “”No tendrás dioses ajenos delante de mí”; recordar que Margaret Thatcher decía que la Unión Europea era una conspiración católica.

De todas formas, el valor de los símbolos es el que le dan los que reconocen los propios símbolos; y si para la inmensa mayoría de europeos la bandera significa unidad integración y equidad, ese es su verdadero valor y significado.

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Apocalipsis. Cap. 12

Apareció en el cielo una gran señal: una mujer vestida del sol, con la luna debajo de sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce estrellas. Y estando encinta, clamaba con dolores de parto, en la angustia del alumbramiento.

También apareció otra señal en el cielo: he aquí un gran dragón escarlata, que tenía siete cabezas y diez cuernos, y en sus cabezas siete diademas; y su cola arrastraba la tercera parte de las estrellas del cielo, y las arrojó sobre la tierra. Y el dragón se paró frente a la mujer que estaba para dar a luz, a fin de devorar a su hijo tan pronto como naciese.

Y ella dio a luz un hijo varón, que regirá con vara de hierro a todas las naciones; y su hijo fue arrebatado para Dios y para su trono.

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domingo, 26 de abril de 2009

Leganés, Ciudad Cervantina

He publicado en bubok.com una conferencia sobre los lugares de Leganés con relación con Miguel de Cervantes o con el Quijote.

Te la puedes bajar gratis en PDF en esta dirección: Leganés, Ciudad Cervantina. Te invito a bajártela, leerla y que me digas lo que te parece.

Sinopsis:
Se trata de un recorrido por Leganés por los lugares relacionados con Cervantes o con El Quijote.
Es sorprendente las cosas que podremos descubrir en esta ciduad que rememoran la figura de Cervantes o de su personaje más universal.

Ficha

Autor: Francisco Arroyo Martín
Categoría: Ensayo
Subcategoría: Humanidades
N° de páginas: 33
Tamaño: 170×235
Estado: Público
Interior: Color

El Escudo Republicano

En estos días he leido en algunos blogs, dudas sobre que el escudo republicano tuviera una corona.
El escudo presenta una una corona mural. Se trata de una corona de oro con forma de muralla que en la República de Roma se otorgaba como premio a todos aquellos soldados que coronaban primero una muralla en un asalto o izaban el estandarte del Senado Romano en una ciudad invadida. Se trata por tanto de un símbolo militar y que reconocía un hecho notable en batalla.

Actualmente está presente en los escudos de varias localidades españolas (Tárraga, Seva, provincia de Gerona, etc.) y representaba en heráldica que no era una localidad dependiente del poder real y poseía como entidad sus derechos jurisdiccionales. Otras localidades presentaban (y actualmente algunas lo mantienen) en sus escudos coronas señoriales, condales, marquesales o ducales, según fuera el poseedor de los derechos jurisdiccionales de la misma.

En segundo lugar hay que señalar que se eliminan todas las referencias monárquicas clásicas del escudo tradicional: el cuartel central con las flores de lis de los borbones, las coronas reales e imperiales que coronaban (valga la redundancia) las columnas de Hércules, las olas representativas del Océano y la corona del león del cuartel perteneciente al reino leonés.

De todas formas la confusión duró algún tiempo, así en alguno de los carteles republicanos más difundidos el escudo sigue manteniendo las flores de lis borbónicas y las bandas de la bandera mantienen la disposición tradicional, siendo la amarilla el doble de ancha.


Aquí reproduzco el decreto en el cual se definen la bandera y el escudo de la II República Espñaola.

Decreto del 27 de abril de 1931 del gobierno provisional de la República publicado por la Gaceta de Madrid el 28 de abril de 1931

Adoptando como Bandera nacional para todos los fines oficiales de representación del Estado, dentro y fuera del territorio español, y en todos los servicios públicos, así civiles como militares, la bandera tricolor que se describe.

El alzamiento nacional contra la tiranía, victorioso desde el 14 de abril, ha enarbolado una enseña investida por el sentir del pueblo con la doble representación de una esperanza de libertad y de su triunfo irrevocable. Durante más de medio siglo la enseña tricolor ha designado la idea de la emancipación española mediante la República. En pocas horas, el pueblo libre, que al tomar las riendas de su propio gobierno proclamaba pacíficamente el nuevo régimen, izó por todo el territorio aquella bandera, manifestando con este acto simbólico su advenimiento al ejercicio de la soberanía.

Una era comienza en la vida española. Es justo, es necesario, que otros emblemas declaren y publiquen perpetuamente a nuestros ojos la renovación del Estado. El Gobierno provisional acoge la espontánea demostración de la voluntad popular, que ya no es deseo, sino hecho consumado, y la sanciona. En todos los edificios públicos ondea la bandera tricolor. La han saludado las fuerzas de mar y tierra de la República; ha recibido de ellas los honores pertenecientes al jirón de la Patria. Reconociéndola hoy el Gobierno, por modo oficial, como emblema de España, signo de la presencia del Estado y alegoría del Poder público, la bandera tricolor ya no denota la esperanza de un partido, sino el derecho instaurado para todos los ciudadanos, así como la República ha dejado de ser un programa, un propósito, una conjura contra el opresor, para convertirse en la institución jurídica fundamental de los españoles. La República cobija a todos. También la bandera, que significa paz, colaboración de los ciudadanos bajo el imperio de justas leyes. Significa más aún: el hecho, nuevo en la Historia de España, de que la acción del Estado no tenga otro móvil que el interés del país, ni otra norma que el respeto a la conciencia, a la libertad y al trabajo. Hoy se pliega la bandera adoptada como nacional a mediados del siglo XIX. De ella se conservan los dos colores y se le añade un tercero, que la tradición admite por insignia de una región ilustre, nervio de la nacionalidad, con lo que el emblema de la República, así formado, resume más acertadamente la armonía de una gran España.

Fundado en tales consideraciones y de acuerdo con el Gobierno provisional, Vengo en decretar lo siguiente:

1. Se adopta como bandera nacional para todos los fines oficiales de representación del Estado dentro y fuera del territorio español y en todos los servicios públicos, así civiles como militares, la bandera tricolor que se describe en el art. 2º de este Decreto.

2. Tanto las banderas y estandartes de los Cuerpos como las de servicios en fortalezas y edificios militares, serán de la misma forma y dimensiones que las usadas hasta ahora como reglamentarias. Unas y otras estarán formadas por tres bandas horizontales de igual ancho, siendo roja la superior, amarilla la central y morada oscura la inferior. En el centro de la banda amarilla figurará el escudo de España, adoptándose por tal el que figura en el reverso de las monedas de cinco pesetas acuñadas por el Gobierno provisional en 1869 y 1870.

En las banderas y estandartes de los Cuerpos se pondrá una inscripción que corresponderá a la unidad, Regimiento o Batallón a que pertenezca, el Arma o Cuerpo, el nombre, si lo tuviera, y el número. Esta inscripción, bordada en letras negras de las dimensiones usuales, irá colocada en forma circular alrededor del escudo y distará de él la cuarta parte del ancho de las bandas de la bandera, situándose en la parte superior y en forma que el punto medio del arco se halle en la prolongación del diámetro vertical del escudo. Las astas de las banderas serán de las mismas formas y dimensiones que las actuales, así como sus moharras y regatones, aunque sin otros emblemas o dibujos que los del Arma, Cuerpo o Instituto de la unidad que lo ostente, y el número de dicha unidad. En las banderas podrán ostentarse las corbatas ganadas por la unidad en acciones de guerra.

3. Las Autoridades regionales dispondrán que sucesivamente sean depositadas en los Museos respectivos las banderas y estandartes que hasta ahora ostentaban los Cuerpos armados del Ejército y los Institutos de la Guardia Civil y Carabineros. El transporte y entrega de dichos emblemas se hará con la corrección, seriedad y respeto que merecen, aunque sin formación de tropas, nombrándose por cada Cuerpo una Comisión que, ostentando su representación, realicen aquel acto, y formándose la Comisión receptora por el personal del Museo.

4. Las escarapelas, emblemas y demás insignias y atributos militares que hoy ostentan los colores nacionales o el escudo de España, se modificarán para lo sucesivo, ajustándolas a cuanto se determina en el artículo 2º.

5. Las banderas nacionales usadas en los buques de la Marina de guerra y edificios de la Armada, serán de la forma y dimensiones que se describen en el art. 2º. Las banderas de los buques mercantes serán iguales a las descritas anteriormente, pero sin escudo. Las banderas y estandartes de los Cuerpos de Infantería de Marina y Escuela Naval serán sustituidas por banderas análogas a las descritas para los Cuerpos del Ejército. Las astas, moharras y regatones se ajustarán asimismo a lo que se dispone para las de los Cuerpos del Ejército.

6. Las Autoridades departamentales y Escuadra dispondrán que sucesivamente sean depositadas en el Museo Naval las banderas de guerra regaladas a los buques y estandartes que hasta ahora ostentaban los Regimientos de Infantería de Marina y Escuela Naval. El transporte y entrega de estas enseñas se hará con la corrección, seriedad y respeto que merecen, aunque sin formación de tropa, nombrándose por cada Departamento o buque una Comisión receptora por el personal del Museo.

7. Las escarapelas, emblemas y demás insignias y atributos militares que hoy ostentan los colores nacionales o el escudo de España se modificarán para lo sucesivo, ajustándolas a cuanto se determina en el artículo 2º.

Salud y República.

viernes, 10 de abril de 2009

El PSOE en los inicios de la II República

He publicado en bubok.com una conferencia sobre el PSOE en los primeros años de la II República que a lo mejor te interesa.
Te la puedes bajar gratis en PDF en esta dirección: El PSOE en los incios e la II República. Te invito a bajártela, leerla y que me digas lo que te parece.

Sinopsis:
Conferencia impartida por el historiador Francisco Arroyo Martín con motivo del 75 aniversario de la proclamación de la II República Española en la cual se analiza el papel jugado por el PSOE desde el momento de la proclamación republicana hasta la aprobación de la Constitución de 1931.
Por primera vez los partidos obreros llegaban al poder en España; y lo hacían por medios democráticos y con una revolución incruenta que produjo un cambio de régimen político.
Evidentemente este hecho marcará el devenir de los partidos de izquierda, y, en concreto, el del PSOE. Desde el origen del partido se aprecian dos líneas de actuación por parte de sus dirigentes, a las que podríamos resumir como vía revolucionaria y vía reformista. En el periodo que vamos a analizar encontraremos la expresión más genuina de esta dicotomía.



Ficha:

1 hora de lectura
Autor: Francisco Arroyo Martín
Categoría: Humanidades e Historia
Subcategoría: Historia contemporanea
N° de páginas: 36
Tamaño: 170x235
Estado: Público
Interior: Blanco y negro

También puedes leerla en: El Arte de la Historia en blogspot o en El Arte de la Historia en Word Press

Un saludo.

Este año voy a ir a la Oktoberfest de Munich

Pues eso,... este año nos vamos a la fiesta de la cerveza de Munich. Y la verdad lo que estoy viendo por internet parece que da lo que promete: mucha fiesta, mucha cerveza y muchas calorías.

Lo cierto es que me recuerda de cierta forma a la Feria de Abril, pero con cerveza en vez de manzanilla; traje tirolés o bávaro en vez de la bata de faralaes; mucho blanco y azul en vez de blanquiverde; y grandes percherones en vez de esbeltas jacas andaluzas.

Lo que si me está asustando un poco es el asunto este de las reservas para entrar en las carpas de la Weis, pues en algunas que he podido abrir la hoja de reservas parece un asunto un poco complejo. Si alguien conoce algún enlace [en castellano, please ¡Dios! Me siento como un verdadero analfabeto] para poder hacer las reservas o alguna página para informarme, estaría muy agradecido de que me lo haga saber. Ya he visitado las páginas oficiales de la ciudad de Munich y la de la propia Oktoberfest.

Igualmente agradecería consejos de todos los que hayáis estado por allí.

Ya os contaré como va.

Lo que os decía:

El Percherón

El traje Campero de allí

Una de las 14 Carpas

Otra cosa curiosísima ¡Oir lo que cantan estos germanos con un par de "masas"!

viernes, 2 de enero de 2009

El coleccionismo de arte en el siglo XVII

En el siglo XVII hubo una verdadera fiebre por el coleccionismo; por cualquier serie de artilugios u objetos que alguien pueda imaginar: calaveras enanas, relojes, autómatas, fósiles, ídolos aztecas que se traían de América o los finos y delicados cristales de Murano, conchas marinas, estatuas romanas,...; cualquier cosa podía ser objeto de colección de los espíritus caprichosos y asombradizos de la nobleza de la época. Las colecciones se acumulaban en las lujosas cámaras de sus mansiones y ellos competían orgullosos por mostrarlas a todo el mundo. Tal fue su profusión que se llegaron dividir y clasificar de sugerentes maneras; así a las colecciones de artilugios originados por el ingenio humano las llamaban “artificialias”, y “naturalias” a las que producía la naturaleza.


La nobleza no hacía con esta costumbre otra cosa que copiar a los reyes, que eran los primeros en acumular objetos y artefactos para su distracción, solaz y deleite. Y el arte pictórico (en todas sus manifestaciones: lienzo, tabla, tapiz, grabado, etc.) no podía ser menos. En la España del siglo XVII destaca la figura de Felipe IV, que atesoró una innumerable colección de pinturas. Tres razones influyeron en este afán real: el propio gusto personal del monarca, la presencia de Velázquez como primer pintor real y la ornamentación del palacio del Buen Retiro como obra arquitectónica más señalada de la época. Pero de todas formas, no hacía otra cosa que seguir el modelo de su abuelo, Felipe II, a quien, por su pasión por los libros y códices antiguos, debemos que España posea la más completa biblioteca medieval del mundo en El Escorial.


Las salas del palacio del Buen Retiro de Felipe IV albergaron la mejor y más completa pinacoteca de su época, con cuadros de todas las escuelas y géneros pictóricos, que además era uno de los primeros ejemplos de una colección organizada con algún criterio específico: sala de paisajes, sala de retratos, sala de bufones, sala de las batallas, etc.


En este ambiente no es raro que las colecciones se prodigarán entre la nobleza española del siglo XVII. Destacando las colecciones del duque de Monterrey, marqués de Leganés, conde de Benavente, marqués de la Torre, Jerónimo Villafuerte Zapata, Juan de Velasco, Juan de Lastosa, Jerónimo Funes Muñoz, Suero de Quiñones o Juan de Espina, entre otras muchas dignas de reconocimiento. La visita, admiración y elogio, en su caso, de las colecciones era actividad obligada en la sociedad de la época; muchos grandes literatos nos dejaron glosas de las mismas: entre otros, Gracián, Carducho o el mismo Quevedo.


Por referir algunas de las colecciones más curiosas, citaré la de Juan de Velasco que se componía de curiosidades de la naturaleza y de multitud de autómatas. O la de Juan de Lastosa, en Huesca, que reunía una serie de autómatas que representaban a los más diversos animales salvajes, reales o ficticios: dragones, leones, leopardos, grifos, elefantes, rinocerontes, camellos, panteras, tigres,... O la colección de primorosos instrumentos musicales que, entro otras muchas series singulares, poseía el enigmático madrileño Juan de Espina, quien ordenó en su testamento la destrucción de una colección de figuras humanas de damas y galanes que tenía dispuestas por los corredores de su casa en fingidas fiestas (¿y bacanales?).


El marqués de Leganés es un fiel exponente de esta costumbre, que en su caso casi se convirtió en una obsesión. Es asombroso el número de artilugios que atesoraba en sus casas según se desprende del inventario que se hizo de sus bienes tras su muerte: relojes [algunos con autómatas, como en la plaza Mayor de Leganés; ¡Cuántas vueltas da el mundo!], espadas, piezas de artillería, estatuas (entre ellas una veintena de bustos de bronce de emperadores romanos), espejos,... Vicente Carducho, en sus Diálogos de la pintura (Madrid, 1633), destaca de la colección del marqués de Leganés, además de sus cuadros, su "muchedumbre" de ricos muebles y sus "espejos singulares", así como sus "relojes extraordinarios". En verdad, un sin fin de objetos, pero lo verdaderamente asombroso era su colección de pinturas: ¡más de 1.300 pinturas poseía el buen señor! Tan sólo por el número ya sería extraordinaria [el palacio del Buen Retiro tenía unos 800 cuadros], pero lo verdaderamente importante era la calidad de gran parte de las obras que contenía. Pero no fue el único potentado enamorado del arte, también eran notables las colecciones de pinturas del conde de Monterrey, del marqués de Castel Rodrigo, del almirante de Castilla, del duque del infantado o la del protonotario Jerónimo de Villanueva; y no sólo los nobles acumulaban pinturas, sirva como ejemplo que Las Hilanderas de Velázquez pertenecía a la esplendida colección del “plebeyo” Juan de Arce.


Imagen: La Vista. Jan Brueghel 'el Viejo' y Pedro Pablo Rubens, Pedro Pablo. 1617. Óleo sobre tabla. 65 cm x 109 cm. Museo del Prado. Madrid. Ver entrada del Museo del Prado


© Francisco Arroyo Martín. 2009


Extracto del artículo La Colección de Pinturas del I Marqués de Leganés, publicado por el autor en el número 2 de la Revista Cultural EL ZOCO. Pinchar aquí para leerlo completo


Para citar este artículo desde el blog: ARROYO MARTÍN, Francisco. El coleccionismo de arte en el siglo XVII. http://franciscoarroyo.blogspot.com/2009/01/el-coleccionismo-de-arte-en-el-siglo.html. 2 de enero de 2009.

sábado, 11 de octubre de 2008

El vino en el siglo XVII

La llegada del vino a la península ibérica debió de producirse entre los siglos VI o V a.n.e. y lo debieron traer los fenicios; después su consumo se extendió con la llegada de los romanos. Entonces los vinos eran casi siempre de cosecha (si bien ya existían técnicas de envejecimiento en barro) y al mosto fermentado se le añadían otros licores o se le endulzaba con melazas y mieles. Algún vestigio de ese tipo de vino queda aún en las mistelas, moscateles, arropes, embocados e incluso en el vino de misa.

Tras la extensión del cristianismo el consumo del vino se popularizó en toda Europa y, lo que es más importante, se incorporó como elemento fundamental de la dieta alimenticia para la población más humilde por el alto valor calorífico que poseía. Ejemplos de este empleo del vino son frecuentísimos en la literatura picaresca española, así, por ejemplo, el primer alimento que toma Lazarillo de Manzanares fueron unas sopas de vino.

Pero esta popularización del consumo del vino también vino acompañado de la descalificación moral de la embriaguez. La moral romana era muy permisiva con las borracheras, baste sólo recordar las bacanales; pero para los cristianos medievales un alcohólico podía ser incluso excomulgado, el episodio bíblico de la borrachera de Noe parece que es determinante. En el siglo XVII, llamar a alguien borracho era considerado un insulto muy grave y podía dar lugar a que se sacaran las espadas de las vainas. También era frecuente que en las normas monásticas, tanto de frailes como de monjas, se aconsejase el consumo moderado del vino en las comidas y a la vez se condenase muy gravemente al religioso ebrio.

Se trataba de un tipo de vino afrutado y denso que permitía aguarlo, por lo cual era entonces muy frecuente añadir agua al vino para rebajar la textura y la graduación; también era frecuente añadir vino al agua para purificarla y desinfectarla [Qué fácil es recordar las palabras de Jesús en las bodas de Caná: “Llenad de agua esas tinajas” Juan 2:5].

Fueron los franceses los primeros en “fabricar” el tipo de vino que hoy tomamos habitualmente. Y lo lograron conjugando la tradición mediterránea del vino con nuevas formas de fermentación, almacenamiento y comercialización, muchas provenientes de la cultura del centro de Europa. Fue en la región de Burdeos y Champaña donde se produjo esta verdadera revolución.

En el siglo XVII se conformaron todos los elementos básicos del vino actual, la recolecta y fermentación separada, la crianza en madera, la conservación y crianza en botella, el tapón de corcho, la doble maceración, el reposo en bodegas para mantener constante la temperatura y humedad, etc. Sirva como ejemplo el tapón de corcho. Este utensilio fue reincorporado a la crianza del vino [ya había sido utilizado en Roma] por un bodeguero francés que a todos nos suena, si bien solo unos pocos habrán catado su producto: estoy hablando de Pierre Perignón de Hautvillers. Gracias a este artilugio pudo dar forma a su creación más genial y genuina: el Champaña, vino carbonatado que consigue su bouquet merced a una doble fermentación en botella, solo posible gracias al tapón de corcho. Pero las innovaciones fueron muchas más y muy variadas.

A los reinos españoles las novedades llegaron rápidamente y las tradicionales regiones productores de vino (que son prácticamente las actuales) se adaptaron pronto a las novedades que venían de más allá de los pirineos. En particular fueron hábiles los riojanos que con unas condiciones bio-geográficas envidiables para la crianza de este tipo de vino gracias la edafología del terreno y a la climatología, lograron adueñarse rápidamente del mercado castellano y, lo que fue aún más importante, iniciar las exportaciones a Inglaterra una vez que Felipe II, como señor de Vizcaya, abrió el puerto de Bilbao a este producto a cambio de que los vinateros riojanos se aprovisionaran obligatoriamente en las herrerías vascas de herrajes, cinchas para la tonelería, ruedas, etc.

A partir de aquí, el desarrollo vinícola de la cuenca alta del río Ebro, con verdaderos emporios en Logroño, Haro y Calahorra, fue espectacular: se producía más de lo que se consumía, se exportaba el excedente, el viñedo se apoderó de la casi totalidad de suelo, se dispusieron medidas políticas y económicas para potenciar la venta del producto y pronto los vinateros y bodegueros se convirtieron en un “lobby” político y social; todas las instituciones, las relaciones económicas y la estratificación social giraba ya entorno al vino. Estas condiciones permitieron que a lo largo del seiscientos se consolidara un tipo de vino: el Rioja.

También en estos años del siglo XVII se comenzaron a popularizar los vinos blancos andaluces, los catalanes de alta graduación, o los suaves vinos portugueses del Duero. La colonización europea de nuevas tierras extendió igualmente el cultivo del vino por los demás continentes: del siglo XVI son las primeras plantaciones chilenas y del XVII en Sudáfrica y California.

Un incendio que se produjo en Valladolid en 1561 dejó a la luz 60 bodegas particulares en 440 casas con más de 250.000 litros almacenados, considerando que la población de esta ciudad castellana era de unos 30.000 habitantes y que la zona afectada era pequeña, la cantidad guardada para el consumo propio era tremenda. En Madrid existen algunos datos que hablan de una media de 200 litros de vino per capita en los años iniciales del siglo XVII. El vino reinaba de forma absoluta como bebida nacional ya que la cerveza entonces apenas era conocida y las pocas fábricas que existían en Madrid daban servicio a la Casa Real (desde Carlos V era frecuente en su dieta), a los embajadores europeos y a la nobleza más “snob” de entonces. Su éxito estaba por llegar. Durante este siglo todavía era frecuente el consumo del vino mezclado con agua, especias, zumos, miel, azúcar, nieve y otros aditamentos, o bien otros licores espirituosos; dando lugar a multitud de limonadas y sangrías; los “calimochos” y “rebujitos” actuales no dejan de ser herederos de esta costumbre.

Sobre la técnica de aguar el vino, todo un catedrático de la Universidad de Valladolid, el doctor Gerónimo Pardo, escribió el Tratado del vino aguado y agua envinada, sobre el aforismo 56 de la sección 7 de Hipócrates (Valladolid, Imprenta de Valdivieso, 1661). En este grueso y erudito libro el autor analiza pormenorizadamente las cantidades, proporciones, remedios, usos, etc., con citas frecuentes de los clásicos Hipócrates, Plutarco, Macrobio,… comparando la importancia alimenticia del vino con la de la leche. Para este insigne profesor el vino era un purificador de los humores; un poderoso nutriente que engendraba sangre saludable y criaba buenos colores; un ahuyentador del dolor y de la tristeza; era consuelo de la senectud, leche de los viejos; medicamento, antídoto y triaca contra todo veneno; también causa de sueño a los que estaban faltos de él; y hacía a los hombres valientes, fuertes y atrevidos; y era la mejor prueba de cuáles son los buenos y malos ingenios. Por último, lo consideraba un buen estimulante para el sexo, mucho más eficaz en las mujeres, menos atemperadas que los hombres según el sentir de entonces.

No cabe duda de que ya existían los catadores de vinos, llamados entonces (y ahora también, aunque el término está en desuso) mojones, y que ya asombraban por su capacidad para discernir por el olor, color y sabor las virtudes y características de los vinos. Y uno de ellos era, nada más y nada menos, que el bueno de Sancho Panza, que lo era además por linaje. Así se lo cuenta al escudero del Caballero del Bosque en la aventura del mismo nombre:

Don Quijote de la Mancha, II parte,

Capítulo XIII.

Donde se prosigue la aventura del Caballero del Bosque, con el discreto, nuevo y suave coloquio que pasó entre los dos escuderos

(…)

—Por mi fe, hermano —replicó el del Bosque—, que yo no tengo hecho el estómago a tagarninas ni a piruétanos ni a raíces de los montes; allá se lo hayan con sus opiniones y leyes caballerescas nuestros amos, y coman lo que ellos mandaren; fiambreras traigo y esta bota colgando del arzón de la silla, por sí o por no; y es tan devota mía, y quiérola tanto, que pocos ratos se pasan sin que la dé mil besos y mil abrazos.

Y, diciendo esto, se la puso en las manos a Sancho, el cual, empinándola puesta a la boca, estuvo mirando las estrellas un cuarto de hora, y, en acabando de beber, dejó caer la cabeza a un lado, y, dando un gran suspiro, dijo:

—¡O hideputa, bellaco, y cómo es católico!

—¿Veis ahí dijo el del Bosque, en oyendo el hideputa de Sancho— como habéis alabado este vino, llamándole «hideputa»?

—Digo —respondió Sancho— que confieso que conozco que no es deshonra llamar hijo de puta a nadie cuando cae debajo del entendimiento de alabarle. Pero dígame, señor, por el siglo de lo que más quiere: ¿este vino es de Ciudad Real?

—¡Bravo mojón! —respondió el del Bosque—; en verdad que no es de otra parte, y que tiene algunos años de ancianidad.

—¡A mí con eso! —dijo Sancho—; no toméis menos, sino que se me fuera a mí por alto dar alcance a su conocimiento. ¿No será bueno, señor escudero, que tenga yo un instinto tan grande y tan natural en esto de conocer vinos, que en dándome a oler cualquiera, acierto la patria, el linaje, el sabor, y la dura y las vueltas que ha de dar, con todas las circunstancias al vino atañederas? Pero no hay de qué maravillarse, si tuve en mi linaje por parte de mi padre los dos mas excelentes mojones que en luengos años conoció la Mancha; para prueba de lo cual les sucedió lo que ahora diré. Dieronles a los dos a probar del vino de una cuba, pidiéndoles su parecer del estado, cualidad, bondad o malicia del vino; el uno lo probó con la punta de la lengua, el otro no hizo más de llegarlo a las narices. El primero dijo que aquel vino sabía a hierro, el segundo dijo que más sabía a cordobán. El dueño dijo que la cuba estaba limpia y que el tal vino no tenía adobo alguno, por donde hubiese tomado sabor de hierro ni de cordobán. Con todo eso, los dos famosos mojones se afirmaron en lo que habían dicho. Anduvo el tiempo, vendiose el vino, y al limpiar de la cuba hallaron en ella una llave pequeña pendiente de una correa de cordobán. Porque vea vuestra merced si quien viene desta ralea podrá dar su parecer en semejantes causas.

—Por eso digo —dijo el del Bosque— que nos dejemos de andar buscando aventuras, y pues tenemos hogazas, no busquemos tortas, y volvámonos a nuestras chozas; que allí nos hallará Dios si Él quiere.

—Hasta que mi amo llegue a Zaragoza, le serviré; que después todos nos entenderemos.

Finalmente, tanto hablaron y tanto bebieron los dos buenos escuderos, que tuvo necesidad el sueño de atarles las lenguas y templarles la sed, que quitársela fuera imposible; y, así, asidos entrambos de la ya casi vacía bota, con los bocados a medio mascar en la boca, se quedaron dormidos, donde los dejaremos por ahora, por contar lo que el Caballero del Bosque pasó con el de la Triste Figura.

Imagen: La joven con la copa de vino. Jan Vermeer de Delft. 1659-1660. Óleo sobre tela. Herzog Anton Ulrich Museum. Brunsswick

© Francisco Arroyo Martín. 2008

Para citar este artículo desde el blog:
ARROYO MARTÍN, Francisco. El vino en el siglo XVII
http://franciscoarroyo.blogspot.com/2008/10/el-vino-en-el-siglo-xvii.html

11 de octubre de 2008.


martes, 26 de agosto de 2008

Sistemas de reclutamiento de tropas en el siglo XVII

Una de las características del estado moderno, frente a los reinos medievales (junto a la creación de una burocracia administrativa y una política hacendística) es el hecho de que el poder de los monarcas se basaba en un ejército eficiente y de carácter voluntario que no dependiera del contrato de vasallaje feudal.

En Castilla, la aparición del soldado pagado, que lucha por su rey en función de un contrato y a cambio de una compensación económica, aparece ya regulado desde las Cortes de 1338 en Burgos. Pero este sistema alcanzará su mayor eficacia durante el siglo XVI y se seguirá practicando durante todo el siglo siguiente. Pero en el siglo XVII hubo que acudir frecuentemente al reclutamiento forzoso de hombres a través de contribuciones fijas o “presidios” en las ciudades y a las milicias urbanas, al ser más rápida y barata que las reclutas voluntarias.

No existía un ejército estable con un número de hombres fijo para la defensa del estado, cada campaña el Consejo de Guerra hacía las previsiones de hombres y dinero necesarios para atender los distintos frentes abiertos en cada año, y en consecuencia se establecían el sistema y lugares para hacer el reclutamiento de los hombres que faltaren para completar esas previsiones, así como de la recaudación del dinero preciso. Las ventajas del reclutamiento voluntario son evidentes, ya que se trataba de un compromiso individual del soldado con su rey a través del capitán autorizado para la recluta. Además, los oficiales reales se reservaban el derecho de rechazar al recluta por considerar que no era apto para el servicio.

El sistema de reclutamiento se basaba en una autorización, la conducta, que el rey otorgaba a un capitán para levantar soldados en un determinado lugar en su nombre. El capitán y sus ayudantes arbolaban bandera y tocaban tambores para dar a conocer a la población la recluta. El capitán no podía elegir a cualquiera, tenía unos criterios preferenciales para seleccionar a los reclutas, la edad (entre 18 y 44 años), estado civil, la disponibilidad física, estar en posesión de armas, etc. Una vez reclutados se les pasaba revista y si estaban en condiciones se les abonaba 10 días de paga. La recluta debía durar como mucho tres o cuatro semanas, pues en las estancias más largas lo normal es que comenzaran a surgir conflictos entre la población y los soldados, y entre los oficiales y las autoridades municipales.

Una vez formada la compañía esta se dirigía a la plaza de armas destinada o al puerto de embarque. Como norma general las tropas bisoñas eran dirigidas a Italia donde se les sometía a un adiestramiento y con posterioridad se les enviaba a los frentes donde de forma paulatina se incorporaban a los combates, este sistema se recogía incluso en las ordenanzas militares de 1632.

Las levas voluntarias tenían unas ventajas indudables: aportaban buenos soldados al ejército y generaban aguerridas tropas veteranas, y, además, era un sistema que en general se aceptaba favorablemente por la población. Pero presentaba una dificultad evidente: con este sistema no se garantizaba el relevo de las licencias o bajas, y muchos menos las necesidades cada vez mayores y más apremiantes de la monarquía, en particular desde que Felipe IV tuvo que guerrear dentro de las fronteras peninsulares.

Por esta razón, hubo que recurrir a formas de reclutamiento forzosas, que normalmente se basaba en el número de pobladores; debiendo contribuir con un soldado por cada cinco hombres válidos (de aquí los antiguos “quintos”). El rey podía autorizar a la población a contribuir en especie, pagando el coste de un año de los soldados que le asignase a cambio de que no se levantara ningún hombre forzado, pero esta fórmula era de muy difícil aplicación cuando el problema era encontrar voluntarios, aparte de la ruina que representaba para los pobladores cuando las levas eran continuadas.

La valía de las tropas reclutadas en estas levas forzosas o sacadas de las milicias era muy inferior respecto a las tropas voluntarias; un gran porcentaje desertaba en el tránsito a los puertos, se llegó en algunos casos a trasladar a los reclutas encadenados como galeotes y a encarcelar a los familiares del fugado hasta que este apareciera, y la tropa que llegaba al frente era despreciada por los jefes militares dada la escasa operatividad y eficacia de los hombres que eran reclutados de esta forma.

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“El reclutamiento de tropas”. La imagen pertenece a la serie de 18 aguafuertes de Jacques Callot (1592-1635), titulada “Les Miseres et les Mal-Heurs de la Guerre”, impreso por Isamel Henriet en París en 1633.

A la izquierda se observa a un oficial real, sentado en un tambor, reclutando a los voluntarios; a la derecha un grupo de oficiales discuten sobre dinero; en el centro, en primer plano, dos escuadrones de infantería con las picas detrás mientras delante la manga de arcabuceros hace una salva al aire; al fondo se vislumbran dos compañías de caballería; de fondo paisajístico vemos a la izquierda los muros de una población y a la derecha las tiendas de un campamento.

Los aguafuertes son impresionantes, para ver la serie pincha aquí.

© Francisco Arroyo Martín. 2008

Para citar este artículo desde el blog:
ARROYO MARTÍN, Francisco. Sistemas de reclutamiento de tropas en el siglo XVII
http://franciscoarroyo.blogspot.com/2008/08/sistemas-de-reclutamiento-de-tropas-en.html

26 de agosto de 2008.

domingo, 13 de julio de 2008

Historia y Medio Ambiente

Desde la primera década del siglo XVII se publicaron obras que hablaban del aumento general de los impuestos que cobraban los príncipes, de que la vida se acortaba, de nuevas enfermedades que hasta entonces parecían desconocidas, de hambrunas, de desastres naturales, etc. Es muy cierto que el XVII fue un siglo especialmente convulso, pero en los años centrales de la centuria las revueltas sociales y las revoluciones políticas surgían por doquier. Así, los autores de la apología del conde duque de Olivares "El Nicandro", en 1643, decían que los últimos fracasos de la monarquía española no se debían a decisiones erróneas del privado, que «no atienden a la universal providencia de las cosas, la cual en unos tiempos trasiega el mundo y lo funesta con calamidades públicas y universales, cuyas causas totalmente ignoramos».

Efectivamente, en esos años hubo guerras civiles en Inglaterra, Irlanda y Escocia; España sufrió la fragmentación territorial en Europa con la pérdida territorial del Rosellón y Portugal, la secesión de Cataluña e intentos secesionistas muy serios en Aragón y la misma Andalucía; Francia, a pesar de ser la potencia emergente, sufrió gravísimas guerras civiles que tuvieron su mayor exponente en la Fronda; en 1648 una sublevación popular en Moscú desencadenó revueltas urbanas en toda Rusia; los cosacos de Ucrania se sublevaron contra los dominadores polacos; en 1648 también, tiene lugar la revolución inglesa que acaba con el monarca Carlos II decapitado y la monarquía derrocada; Italia es un hervidero con revueltas en Nápoles, en los Estados Pontificios, en Sicilia,…; etc.

Pero no sólo Europa sufría convulsiones; en Brasil y México se produjeron sublevaciones que pudieron ser sofocadas a duras penas por los portugueses y españoles; se vio a todo un emperador turco arrastrado por las calles de Constantinopla debido a las guerras civiles que asolaron el imperio turco; también hubo guerras civiles en Persia; China fue invadida por los tártaros, que llegaron incluso al mismísimo Pekín, provocando el suicidio del emperador en 1644, originándose una guerra civil que produjo un cambio de dinastía: los Qing por los Ming (un historiador chino habla de la pérdida de un tercio de los espacios cultivados y de el mismo porcentaje de pérdida de población); Etiopia fue asolada por lo otomanos; los jefes locales de lndia no dejaron de pelear entre sí durante todo el siglo; en Japón, tras una guerra civil, cambia la familia que ostenta el Shogun y se inicia la política de aislamiento; etc. En 1652, un escritor veneciano hablaba de «terremotos de Estado»

Bien, pues para explicar estos extendidos y numerosos procesos convulsos, Geoffrey Parker señala en su estudio "La crisis mundial del siglo XVII: acontecimientos y «paradigma»"a la climatología como un elemento clave; si bien en su exposición deja claro que no quiere fijar pautas deterministas sino aportar elementos explicativos de un proceso mucho más complejo en el cual participaban las variaciones demográficas, las presiones políticas, sociales o fiscales de cada lugar, y la aparición de nuevas ideologías más radicales y líderes carismáticos que pudieron encauzar las nuevas corrientes convulsas.

El apartado más original es el que el autor denomina como «la ecología de la crisis». Al parecer entre 1636 y 1644 se unieron una continuada serie de erupciones volcánicas y una ausencia notable de manchas solares; ambas circunstancias favorecieron un enfriamiento del clima del planeta: un solo grado en el ecuador pero debido al "anormal" funcionamiento de las masas de aire provocaron efectos climatológicos extremos, fundamentalmente sequías y heladas acompañados de fuertes concentraciones de lluvias que provocaban espectaculares inundaciones y riadas. El fenómeno meteorológico conocido como el "Niño" sobre las costas pacíficas se repitió con mucha frecuencia en los años centrales del siglo.

La interesante observación de Parker nos pone de relieve que durante este periodo histórico un cambio climático global produjo unas terribles consecuencias a escala planetaria. Evidentemente las circunstancias son otras y el desarrollo de las sociedades humanas es bien diferente ahora al existente hace cuatrocientos años; pero también entonces existían voces que relativizaban el problema y llamaban alarmistas a los que se alarmaban de lo que veían. Así, Secondo Lancellotti, en 1623, escribía un libro de más de 700 páginas con el siguiente título: Hoy en día, o como el mundo no es peor ni más calamitoso que en el pasado. En este libro se esforzaba en demostrar que los “quejosos” se lamentaban sin razón, ya que los príncipes eran igual de avaros que los de antaño; las mujeres igual de vanas; la vida humana era igual de larga; no había nuevas enfermedades; y que los desastres naturales (a los que dedica la friolera de ocho capítulos) no son más ni más numeroso ni peores que los que siempre había habido. En definitiva que la vida era toda felicidad y no existían motivos para preocuparse; grave equivocación que el tiempo vino a demostrar.

Quizás sería bueno que aprendiéramos la lección y no nos deleitáramos en nuestro relativo buen nivel de vida; y diéramos mayor importancia a estos “quejosos” del momento que encienden las alarmas y nos hablan de un futuro nada grato de seguir así.

¡Ojala que no sea el tiempo el que nos saque de nuestra autocomplacencia!


Si quieres, puedes profundizar en el tema y bajarte el artículo Historia y Medio Ambiente completo en PDF; o pinchar en el siguiente enlace:


© Francisco Arroyo Martín. 2008

Para citar este artículo desde el blog:
ARROYO MARTÍN, Francisco. Historia y Medio Ambiente http://franciscoarroyo.blogspot.com/2008/07/historia-y-medio-ambiente.html
13 de julio de 2008.

domingo, 15 de junio de 2008

¿Qué pasó con Plutón?

Normalmente, la gran mayoría de la gente, cuando presenciamos algún tipo de enfrentamiento sin más implicación que la del mero espectador, nos solemos poner del lado del más débil, del más pequeño, del indefenso. Además, cuando el vencedor es el más débil, siempre recordamos ese tipo de gestas, llegando en algunos casos a convertirse en iconos culturales de muchas civilizaciones; así, ¿alguien se acordaría de quién ganó en la pelea entre David y Goliat, de haber sido este último el vencedor? A buen seguro que no.

Seguramente por esta razón, u otra parecida vete tu a saber, hace unos días me acordé de Plutón, de ese noveno planeta del Sistema Solar que hace ya unos cuantos meses dejó de serlo por decisión conciliar de astrónomos de todo el mundo juntados al efecto en Praga, en concreto el 24 de agosto de 2006 pasó a ser un objeto… ¡transneptuniano!, vamos que da vueltas más allá de Neptuno; y que ahora se denomina: el planeta enano 134340. ¡Cosa más triste, Dios!

Pues resulta que este planeta, o lo que sea ahora, fue el último que se incorporó a la lista de los que dan vueltas alrededor del Sol y conforman el conocido como Sistema Solar, ya que se sumó a ese viaje conjunto y vinculado a partir de que en 1930 le descubriera el astrónomo estadounidense Clyde William Tombaugh (1906-1997) desde el observatorio Lowell en Flagstaff, Arizona. Ya desde este momento su inclusión en el grupo de elegidos: Mercurio, Venus, Tierra, Marte, Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno fue polémica pues este planeta presentaba muchas peculiaridades respecto a los demás.

Para empezar su órbita es mucho más elíptica que la del resto; para explicarlo, la elipsis de la tierra presenta una excentricidad de 0,017 (la de una circunferencia sería 0), bien, pues la de Plutón es de 0,25. Llega a ser tan grande la elipsis que cuando se encuentra en el punto más cercano al Sol, (4.340 millones de kilómetros) está más cerca que Neptuno. Situación en la que se encuentra precisamente en estos años que por decisión de los astrónomos ha pasado a ser un “objeto transneptuniano”; y así estará durante unos cuantos años más, por lo tanto pasó a ser transneptuniano siendo cisneptuniano [ «sorpresas te da la vida, la vida te da sorpresas» ]. Pero, además, Plutón tiene la órbita mucho más inclinada que cualquiera de los planetas principales, ya que su inclinación respecto a la de la Tierra es superior a los 17 grados; por eso nunca chocará con Neptuno a pesar de que se crucen sus órbitas.

Por otro lado, no se sabía bien donde encuadrarlo. Los más cercanos: Mercurio, Venus, Tierra y Marte, son pequeños, sólidos y con poca atmósfera; los más alejados: Saturno Urano y Neptuno son grandes [gigantes se les llama], gaseosos y con grandes atmósferas. Pues bien Plutón es el más lejano y a la vez el más pequeño y el más sólido. En verdad que estaba fuera de lugar. Pero hay más singularidades, así, la mayoría de los planetas presentan giros rotacionales relativamente rápidos, entre 10 y 25 horas [hay que dejar aparte a Mercurio y a Venus que por su cercanía al Sol van lentos, lentos], pero Plutón tarda casi 153 horas (¡casi siete días!) en girar sobre sí mismo, a pesar de de que está lejos, lejos del Sol. Por último señalar la eternidad que tarda en dar una vuelta al Sol: ¡250 años!

Pero aún tiene más rarezas, pues este planetita tiene tres movimientos: de traslación alrededor del Sol, de rotación sobre sí mismo y otro más de traslación en relación a su satélite principal, Caronte; originándose un sistema planetario dual.


¿A qué responden todos estos extremos? ¿Hay alguna razón para que Plutón sea tan diferente?

Una conjetura especialmente interesante es la siguiente. Supongamos que Plutón no fuese antes un planeta, sino un satélite de Neptuno. Y supongamos también que una catástrofe cósmica de algún tipo lo sacara de su órbita y lo colocara en otra, planetaria e independiente. En ese supuesto, la naturaleza de la explosión (sí es eso lo que fue) muy bien pudo lanzarlo a una órbita inclinada, que, sin embargo, sigue trayendo a Plutón una y otra vez hacia Neptuno, que es de donde había partido.

Como satélite, sería pequeño y quizá denso, en lugar de un gigante gaseoso como los verdaderos planetas exteriores. Y, por otro lado, giraría alrededor de su eje en el mismo tiempo que tardaba en girar alrededor de Neptuno, gracias a la atracción gravitatoria de éste. (Esto es cierto en general para los satélites; y es cierto, en particular, para la Luna.) En ese caso, el período de rotación de Plutón podría muy bien ser de una semana. (El período de rotación de la Luna es de cuatro semanas.) Puede que Plutón, al ser arrancado de Neptuno, conservara su período de rotación, adquiriendo así un período muy raro para un planeta.

Pero todo esto no es más que especulación. No hay ninguna prueba sólida que Plutón fuese antes un satélite de Neptuno; y aun si lo fuese, no sabemos qué clase de catástrofe pudo haberlo arrancado de allí.

Incluso en su nombre se desajustaba. Los ocho planetas tienen nombres de dioses del Olimpo [excepto la Tierra, que si no fuera por nuestro geocentrismo deberíamos llamarla Cibeles], pero Plutón es diferente y lleva el nombre del dios del Hades, de los infiernos griegos. Parece que desde el principio se le quiso diferenciar de alguna forma.

En fin, que este Plutón no cuadraba de ninguna forma en la bien estructurada y conjuntada tropa de planetas que dan vueltas y vueltas alrededor de Sol; y por esta razón los que deciden en la UIA le sacaron del club y le relegaron a planeta enano.

Pero de todas formas, ahí sigue Plutón, orgulloso y altivo, lento en sus movimientos, desplazado de su elíptica, denso en zona de gases, alejado del astro central y, especialmente, igual de pequeño que siempre. A pesar de la UIA, Plutón sigue ahí, en el mismo sitio, acompañando al Sol en su aventura astral; eso si con el estúpido nombre de planeta enano 134340.

¡Plutón estamos contigo!